Textos clásicos
Diogo Fernandes Ferreira
Arte da caça de altaneria
Parte Segunda
De los açores, en la qual se muestran las tierras de España donde se toman en los nidos para criarlos desde pequeños, y cómo los crían y enseñan a cazar los hombres, assí los de España como los estrangeros. Tiene diez y seis capítulos y una regla general de muchas notas y precetos necesarios a los caçadores nuebos y aun para el que piensa que sabe.
Capítulo primero
De los açores en general
Antepuse los gavilanes a los açores y traté primero dellos porque los más de los caçadores portugueses que hasta agora á avido començaron a usar esta caça de las aves por ellos, y se pasaron a la de los açores, de quien trata este capítulo. Son los açores en el talle y hechura muy semejantes a los gavilanes, aunque mayores de cuerpo, [fol. 30v] en cuya grandeça exceden a todas aquellas aves que se sustentan de rapiña (dejando aparte el águila, que esta a todas aventaja en la grandeça, de sus propiedades trataré adelante). Crían los açores sus hijos en muchas partes del universo, en sierras y lugares montuossos, llenos de grandes bosques y arboledas; en estos hazen sus nidos. Crían una bez en el año. En mayo comiençan a fabricar su nido. Ponen de tres hasta cinco güebos. Las primas están siempre sobre ellos. Los torçuelos, en todo el tiempo que la hembra está empollando, le traen de comer perdices, palomas y a las veces gaçapos y tórtolas. Quando les traen la caza que toman, paran en cierto árbol que para esso está cerca, y llaman a la prima con piados, la qual se levanta y viene volando, y en llegando cerca larga el torçuelo lo que trae para comer. Ella, antes que llegue al suelo, lo toma y el torçuelo, en largando la caça, se va volando tan apresuradamente que parece temer a la prima, la qual en comiendo se vuelbe a los güebos, y en ellos está más tienpo en sacar los hijos que las [fol. 31r] gallinas. Sacados, se está quieta algunos días hasta que ellos están enjutos de la humedad del güebo y cubiertos de plumage. Si la madre siente que el calor del sol ofende a los hijos, enrrama el nido y los ampara con las alas tendidas. Tiene cuidado de darles a comer a menudo. En estos nuestros tienpos se acabaron los açores en estas partes, que llegó a ser tan excesivo el precio que por cada uno (siendo pequeño) se dava, que los honbres cudiciossos que los cogían, en hallando el nido lo guardavan porque otros no se lo hurtassen. Vez ubo que unos [honbres] escondidos esperavan que aquellos que lo guardavan fuessen a buscar de comer, y entretanto los hurtavan, y vinieron a quitarles a los pobres pájaros los güebos en poniéndolos, y los echavan a otras aves. A mí me contó uno destos (que me los acostumbrava a vender), que suviendo a un árbol a tomar los güebos de un açor, la prima y el torçuelo se levantaron de revoleo y se subieron muy altos por el aire, y juzgó que de aquella vez se passavan al África, porque nunca más criaron en aquella sierra Bermeja [fol. 31v] donde esto sucedió. Puede ser assí.
Capítulo segundo
De las partes en que se hallan en España azores, y cómo se crían al aire
En muchas partes de España se toman açores pequeños como en Navarra, en la tierra de los Gelves, en las Asturias, en Galicia y de qualquier parte que vinieren a la mano açores pequeños, los criarán como queda dicho en el capítulo que trata de la criança de los gavilanes, y cúranse de la misma manera, notando que siendo los açores ya de quatro vetas, les echarán tórtolas y palominos de mano, a cada açor conforme la hedad que tubiere, y se desenvolverán volando, porque acostumbrando a lançarlos algunas vezes, se inclinan depriessa a lo que tienen de naturaleça, y assí como entraren en las treínas los echarán para que más vuelen, los quales en este exercicio despiertan y se ceban en las perdices con mucha facilidad y menos trabajo del caçador. Puesto que en la criança de los gavilanes digo cómo se crían en cassa no a[fol. 32r]consejo a quien los criare los crie en ella por evitar peligros y enfermedades y lesiones que les sucede a los criados en cassa, y aun la muerte cierta, lo que no tienen los que se crían en el aire. Además desso tienen más aliento y desenboltura y son tan buenos como los de Irlanda, lo que no tienen los que se crían en cassa. Estando ya descañonados, que se conoce (como queda dicho en el tratado de los gavilanes) teniendo las plumas de la cola enjutas de la sangre, los prenderán porque si los prenden verdes y estando en sangre, no quedan las plumas de aquel largor que quedan andando volando en el aire, porque en aquel estado en que los prenden, sin más criar se enjugan y descañonan, lo qual sé de experiencia por aver prendido algunos gavilanes en sangre, y luego en pocos días descañonavan y quedavan cortos de colas y alas. Contando yo esto a algunos caçadores me afirmaron averles acontecido lo mismo con los açores, que sacavan de muda con algunas plumas en sangre, y me rogaron pusiesse esto por aviso. [fol. 32v]
Capítulo tercero
De cómo se amansa el azor y ceba después de presso
En el capítulo precedente traté de cómo se crían y en qué tiempo se prenden los açores, los quales, viéndose pressos, se muestran ofendidos como ya dixe de los gavilanes, y por evitar el repetir muchas veces una cossa, acudan allí. Conque las piuelas que se pusieren a los açores sean de buen cuero de perro o de benado bien adereçado; en las puntas sus cuentas de marfil o lágrimas de Moysés, y buenas lonjas con su tornillo, y luego en prendiéndolo, que será a la tarde, la noche siguiente y todas las demás, lo trairán en la mano sin capirote. Las primeras, huyendo la conversación de la gente, por evitar debatiduras, después con él en la mano, converse con todos para que assí se aficionen y vengan a ser domésticos, y andará tantas noches hasta que él del todo se entregue al sueño, que se conoce quando mete la cabeça en la espalda, y sacándosela de aquel lugar donde la tiene metida, la vuelve luego a [fol. 33r] poner. Vastan pocas noches, que como son criados por los honbres entrégansse con más facilidad que los brabos. Teniéndolos en este estado, los llamarán a la mano en el campo, atando el fiador en las lonjas, y entrando en la mano sin recelo, estando pressente el cavallo y podencos, los quales serán muy amigos del açor, dándole de comer estando ellos pressentes. Y estando el açor manso y amigo (que se conocerá yendo el caçador corriendo y él volando tras dél) como acostunbraba a hazerlo en la criança, entonces está seguro para treinallo, lo qual se hará en campo limpio de matas, barrancos y cardos, y si posible fuere, sea como la palma de la mano, llevando perdiz viva con todas las plumas, y el açor picado con voluntad de comer, la qual caussa en las aves la madrugada. La perdiz en que se á de treinar pondrá los pechos y anbos los pies della juntos en la palma de la mano derecha, y la izquierda por las espaldas, y en el campo que digo limpio echarán la perdiz por el aire con fuerça que tome su vuelo teniendo el açor apercebido y cerca, que si él en la criança entraba denodadamente en los palomos y tórtolas, lo hará en la perdiz, a [fol. 34r] la qual quitarán de cada ala dos plumas, pareciéndole assí al caçador, y assí procederá yendo a buscar la braba, advirtiendo que an de dejar estar el açor con la perdiz en el suelo, y en ella lo ceve el caçador en los pechos, dándole de comer con limpieça, haciéndole mucha fiesta. A mí me sucedió solo con una treína cebar mi açor en la perdiz de pasto, y fue que yendo con mi padre y hermano, cada uno con su açor, enfadados de no hallar perdices porque llevávamos pocos podencos, para assí hazer mejor lance, nos hallamos de pies en una vanda de perdices. Yo, que llevava mi açor presto, larguelo en medio dellas, y apretó tan brabamente con las pájaras, que rindió dos en unas balsas, muy cerca de donde se levantaron, y en aquella vanda cevamos los tres açores sin aver treinado cada uno más de una vez sola. Acostumbrábamos llevar sienpre ave viva para que si el açor hiziesse el dever yendo con la perdiz a la herida, si acasso no se hallasse, dávamosle de comer fingiendo ser la que él voló. [fol. 34r]
Capítulo quarto
Quál á de ser la tierra en que se an de cebar los azores nuebos
Necessario es tener el caçador memoria que de una manera se á de aver con los açores nuebos, de otra con los que ya son maestros. Para los nuevos de aquel año conviene que sea la tierra limpia de árboles sin que en ella aya cerros ni traspuestas, y tengan heridas cerca, porque si la tierra no es descubierta de árboles yendo el açor tras su perdiz, metiéndoss’en medio de algunos árboles, perdiendo el azor de vista la pájara tras la que va, y no saviendo descubrir, enbaraçado, o se queda o se buelve atrás a su amo, lo que no haría si fuera maestro. Lo mismo hará siendo tierra de cerros y traspuestas, por lo qual en el primero año se les deve buscar tierra llana y campo rasso, que aunque tenga algunas espesuras o matas o barrancos, que son los lugares donde las perdices acostunbran a acogersse, no es inconveniente, antes se á de buscar tal que las tenga. En quanto los açores son nuebos, usarán de pocos podencos y conozcan dellos quál es cierto en el pasto, quál bue[fol. 34v]no de herida, y conociendo el podenco que da en el rastro cierto, se llegará el caçador a él con el açor a punto, y en levantándose la perdiz, lárguelo, sacudiéndolo de la mano, no arrojadiço ni colgado, que va el açor quebrado de su buelo e ímpetu, y queda disgustado, y no hace lo que hiciera si lo largara ayudándolo. Llegando el açor a la herida, si fuere nuebo lo tomen en la mano, para que della se largue a la pájara, y si la tubiere en la mano dexarlo an estar, dándole de comer en el pecho, y después de estar cassi satisfecho, lo levanten haciéndole regalos, dándole de las entrañas y a roer de la molleja, qu’es carne dulce, y un pie de la perdiz machucado con una piedra o con los dientes, que es cossa con que ellos huelgan, y conocen que el dueño se contentó de lo que hizo. Y desta manera sse abrán cebándolo por seis o siete días, y de aý adelante pueden matar perdices para la cebadura, porque en el principio está el acertar. Y advierto que todas las veces que el açor estubiere en lugar bajo, se á de levantar en la mano, y assí ir tras los podencos, hablándole, y saliendo la perdiz [fol. 35r] lo largue, y tomada por el açor, se levante en la mano y se agasajará animándolo, que si lo levantaren y le quitaren la perdiz sin que él tome picadas se enojará. Trabajen por hazerlo muy recogido, que algunos dellos lo son tan mal que si se ponen en algún árbol enfadan primero que vengan a la mano, y si descendiere del árbol a la mano lo harán con él como si matasse la perdiz, y así se verá el caçador libre del enfado de ser mal admitido. Y porque no se puede decir todo por escrito, se abrá el caçador con prudencia y sufrimiento.
Capítulo quinto
Del azor errado y su enmienda
A muchos les puede suceder lo mismo que me sucedió a mí con don Pedro de Silva, tío del conde almirante. Compróme un açor de los de Galicia, excelente perdiguero y bien acostumbrado, y tal que tubo él satisfación, assí del açor como de sus costumbres, y como bueno me lo pagó mui bien. Llevado, lo entregó a un indio suyo llamado Borneo que él tenía por gran caçador. El pobre indio, pareciéndole que todas las matas eran de orégano, sin elección de tierra ni [fol. 35v] de lance, largándolo a diestro y a siniestro, agora en tierra ciega agora en lances largos, y ya devatiéndose el açor, dio con el buen pájaro al traste; si lo largava en tierra de árboles, luego que el açor perdía de vista la perdiz (como lo acostunbran), se sentava en la tierra o sobre lo que hallava más acomodado, como la perdiz se quebraba, ni los perros la podían hallar pues no la vían, ni el açor cumplía con la obligación que tenía. Borneo, pareciéndole que de harto el açor no seguía la perdiz, dávale dieta que lo matava, de tal suerte se ubo el pobre indio con el miserable açor, que obligó al señor que volviesse el açor a quien se lo vendió, y me dio el mesmo açor y diez mill maravedíes más por otro que a él le pareció mejor que el que me volvió. En este errado nos ubimos desta arte, dándole buenas viandas, palomos y gallinas sin menearlo, mas de dejarlo estar en una vara harto de comida, sol y agua. Como estuvo de buena carne bien picado de la hanbre y con buena madrugada (qu’esta les caussa gran gana de comer) le mostramos la perdiz en buena tierra, que él voló estremada[fol. 36r]mente haziéndole un buen lançe. En este primero año siempre se deve buscar lo mejor, y assí nos ubimos que en pocos días fue el que antes era. Y por evitar este daño deve el caçador buscar tierra limpia quanto fuere posible, y siendo de laderas y torrenteras siempre conbiene andar en lo alto de ellas, y no largar a lo hondo del valle, y aguardar a ver entrar, y vuelen la que estubiere más acomodada para volar colgada, y así se abrá como digo en este primo año de pollo, que después que el açor es maestro y save que la perdiz le á de caer, haze sus puntas para descubrir que las perdices, en trasponiendo el cerro, si el açor viene lejos dellas se acachan y no se menean de adonde se ponen y así el açor como el caçador se engañan passando adelante, y quedan los cazadores y el açor disgustados perdiendo la perdiz que se les quedó quebrada, lo qual sucede muchas veces. Y si el açor es ligero, y la vio él, la tendrá en la mano, y si es pessado y va lejos como digo no puede saver la treta y arte que la perdiz ussó para salvar la vida, que las aves por instincto natural también tienen sus avisos para escapar de sus enemigos, por lo qual quanto [fol. 36v] fuere posible se escusse de largar el açor en torronteras ni tierra sucia, salvo si hizieren como los que pelean en la mar, que siempre trabajan por ganar el varlovento. Y repito que siempre se deve largar en tierra de cerros de manera que vaia la perdiz cuesta abajo, salvo si el caçador es tal que haze más de lo que deve, que muchos son tan excelentes que se señalan más que otros, y para que el açor ande gustosso, conbiene que de parte del caçador aya ingenio e industria, que esta favorece mucho a las aves en la caça, y, no teniéndola, sucederá al caçador lo que al pobre indio Borneo.
Capítulo sesto
De los azores de Irlanda, de Galizia y Navarra
Por ser muy semejantes estos açores aunque nacidos en diferentes partes, por evitar proligidad los pusse juntos en este capítulo, que ellos en la grandeça del cuerpo y talle como en los plumajes son muy semejantes, y aun en la vondad, puesto que los de Irlanda son tenidos por mejores perdigueros. La causa por que lo sean a mi [fol. 37r] parecer es por ser zahareños, que estos de qualquier parte que sean siempre se aventajan a los niñegos, mas después que yo crié açores en el aire ninguna ventaja les hizieron los de Irlanda. Argüirme á el caçador que los açores de Alemania y Noruega y Suevia tanbién son zahareños y no son tales como los de Irlanda, a que respondo que los açores alemanes son mayores de cuerpo, y por la grandeça son más pesados y no son tan ligeros y livianos como los de Irlanda, que son de menos proporción. Yo tuve un açor de Noruega estremado perdiguero, mas muy grande de cuerpo, el qual en tierra llana bolava dando con las alas por el suelo, mas hacíalo el pobre pájaro tan cansadamente que estendía el pezcueço más que la cola, aleando quanto le era posible; con él mataba muchas perdices, pero no con aquella gallardía con que lo haçen muchos, mostrando a las veces las barrigas, ahocicando al descubrir de algún cerro. Este de Alemania, si se le ofrecía subirse la perdiz alguna cuesta, se levantava derecho al cielo, como un cohete, y de lo alto se dejava caer con [fol. 37v] la vista en la perdiz, y la tenía en la mano, o bien assentada en la herida. Las que tenía en la mano decíamos que por venir él lexos no se entravan en la herida, y él caiendo de lo alto las tenía en la mano. Esta raçón hallo que me favorece, y demás desto en el capítulo de los açores estrangeros, que está adelante, se haze más casso de los torçuelos alemanes que de las primas para la caça de las perdices, por ser más medianos que las primas alemanes y los españoles nuestros, y en quanto a hazer tanto casso de los açores gallegos y navarros como de los famosos de Irlanda, afirmo que los criados sueltos en el aire, como queda dicho, se igualan a todos los buenos que puede aver en el mundo, porque las más de las perdices se llevan en la mano. En esta ciudad vendí un torçuelo a Juan López Perestrello, el qual matava su media docena de perdices en el término de Lisboa mejor que ninguno de Irlanda que ubiesse en su tiempo, y todos los demás que salieron para otras partes salieron excelentes, y assí los puedo comparar sin vergüença con los açores de Irlanda. El torçuelo de Perestrello vivió veinte [fol. 38r] años siempre en poder de quien lo compró, teniendo mucha estima. El dueño del açor vivía en Torres, en una heredad suya; los criados y sirvientes que siempre trabajan por imitar a los señores criaron un cuerbo carnicero al qual davan las sobras del açor quando el açor comía; el cuerbo, por aquella buena obra que le hacía, amava a su amigo açor, y en viendo que lo tomavan en la mano para ir a caça, luego se aviava y acompañava al caçador volando a trechos, y en iendo el açor tras de la perdiz, el cuerbo lo seguía, acompañándolo hasta la herida, y se ponía en su compañía graznando en boces altas para que el caçador lo oyese, el qual, en cobrando la perdiz, le dava alguna cossa de las tripas, y de tal arte se avían los dos compañeros, que el caçador no tenía cuenta con el açor que avía largado, sino con el cuerbo que volava más alto, porque el açor siempre iva barriendo las pajas del suelo, y al passar de algún cerro mostrava la varriga, que parecía hazerlo con gallardía. Si el caçador no atinava con la herida tan depriessa, viendo el cuerbo que se tardava, se [fol. 38v] levantava de reboleo para que el caçador lo biesse y atinasse dónde estava el açor.
Capítulo sétimo
Del azor tivio y duro de hazer y su enmienda
Los açores criados en el campo, como ya é dicho, se enseñan a caçar con poco trabajo. Puede el caçador topar con açor tan tivio que no quiera pegar en cosa que viva sea, lo qual acontece por averse criado en cassa, sin jamás mostrarle más que la carne que comía, y así queda mirando siempre a las manos de el honbre. Aves ay covardes de su naturaleza. Yo tuve un sacre tan tivio que al principio recelava de pegar a un pollo vivo, y para que lo hiziesse le pelava la espalda, y en ella comía algunas picadas. Y para treinarlo cubríamos la espalda del milano con carne, deste modo se atrevía, porque si lo mostravan sin carne no lo mirava. Tanto me enfadó el mal modo del halcón y su cobardía, que lo metí en un apossento descubierto, atado a una estaca, y un milano junto a él. Dávanle al milano de comer metiéndole la [fol. 39r] carne en la boca, porque tenía el pico bajo quebrado, y las pressas atadas a los çancos, porque no arañasse al halcón ni lo mordiesse si acasso envistiesse con él. Al mal halcón no le davan ninguna cosa y estuvo quatro días sin apegar en el milano, al quinto hallamos el milano comido. Deste modo le pusieron otros tres a quien hizo lo mesmo, y de allí adelante començó a pegar en los milanos sin carne, echándolos volando con los ojos cosidos, después a media vista, y hasta llevarlos despiertos. Este fue muy excelente milanero. Si a la mano viniere tal açor, no se trate con esta riguridad, que son aves delicadas y no sufren tanto trabajo, y si hiçe esta memoria fue para exemplo. Con el açor tibio se abrán desta manera: trayéndolo en la mano a las tardes y madrugadas, dándole siempre a roer en cossa de que él tome gusto, estregándole las manos con encuentros de gallina con que él tome cosquillas, i irá al amanecer al campo con él, llevando alguna cossa viva, trabajando porque entre en ella, y apegando de qualquier cossa que sea, lo agasajará dejándole comer en el suelo, sienpre [fol. 39v] vullendo con la tórtola o con la paloma que tuviere en la mano, para que pierda el miedo. Y assí, como él fuere [adelantándose], irá el caçador procediendo, echándole el palomo cada vez más tiempo hasta que tome la tórtola con dos plumas menos de cada ala, y assí entremetiendo algunos días, y el día antes que aya de ir al campo, buena hanbre, y se hará adelante lo que queda dicho atrás en el capítulo tercero. Y sucediendo que aya tal açor, que después de saver matar dexe las perdices, se abrán como enseña el capítulo que habla del açor errado.
Capítulo octavo
De la alcándara
Para el caçador se hará la alcándara de buen palo lisso y derecho. De invierno sea de alcornoque cubierto con su corteça de modo que quede lisa, sin aspereças. De verano sea de qualquier palo redondo y limpio sin rajas, y teniéndolas se taparán con un betún que se haze de cera y aserraduras de palo, y con él se taparán. El palo no sea de donde aya gallinas por caussa del piojo. [fol. 40r] El largo del alcándara se hará conforme a las aves que tubiere, y siendo para un açor bastará de dos varas de largo puesta al lado de la pieça con buenas alcayatas, que así se deve asegurar para un día sólo como para muchos años porque no suceda caerse con el açor. La cassa esté bacía de gente, y donde no entren gallinas ni otras aves. Por debajo le pondrán un lienço de una bara o más de ancho, atado al largor de la alcándara por una de las orillas y de una atadura a otra aya poco más de un palmo, porque si el açor se cayere, queriendo volver a la alcándara, no se entre por algunos de los agujeros. Y el lienço quede bien estendido a lo largo de la vara. En las puntas debajo del lienço le atarán cordeles y en ellos piedras colgadas o estacas que lo tengan bien estendido; y porque sucede algunas veces cayéndosse el açor no saver tornar a subir, y muchas veces lo hazen de mal acondicionados, y se dejan morir ahorcados por las piernas si no ay quien les acuda, para evitar este daño usarán desta cautela: coserán abajo, donde el paño haze [fol. 40v] la mitad, un cordel del largor del mismo paño, de modo que quede como una alforça, que si el açor se caiere, pueda descansar en él. Lo demás dexo a la prudencia del caçador. Abrá tanbién alcándara donde aya sol en que se ponga, que todas las aves an de estar hartas de sol y agua para que hagan lo que deben.
Capítulo nono
De los capirotes y en qué tiempo se an de poner a los azores y halcones sin cerraderos
Tendrá el caçador capirotes para los açores quando fueren fuera, los quales serán bien abiertos y, aunque por ellos vean alguna cossa, no haze al casso, porque no se los ponen para más que para las salidas y entradas de los lugares, y para que vaian quietos por los caminos, que sólo para estas ocasiones se an de tener, por evitar que se dejen caer y quexen viendo algunas cossas desacostunbradas. Yo vi un açor que en viendo algún fraile se quejaba tanto que se dejaba caer, y tenblaba. Y es de notar que no vi ningún enojadizo [fol. 41r] que no fuesse excelente perdiguero. Tanbién tendrán capirotes para los aletos puesto que los portugueses de oy no los acostumbran, y deve de ser porque los aletos bienen de Indias sin ellos, y así los tienen y llevan a caça con las cabeças descubiertas, lo qual es bien contra el arte, porque se le á de guardar a qualquiera ave una debatidura como las niñas de los ojos. Tendrá el príncipe capirotes sin cerraderos para poner a los halcones con que á de haçer volatería el día que fuere a caça, que puede suceder perderse la ocassión de buen lançe en quanto el caçador abaja el rostro para abrir los cerraderos del capirote. Y tanbién el halcón, acostumbrado a que se lo quitan quando le dan de comer, viene con el rostro al guante y andando sin cerraderos, descubriéndole la cabeça de repente, corre la vista el aire y campo y ve depriessa el ave a que se á de largar. Y mucho mejor si el caçador levanta la mano en que está, y es buena plática, principalmente en el passo de las aves. En Almerín pueden tanbién, no aviendo capirotes sin cerraderos, lle[fol. 41v]var el capirote avierto, que hará el mismo efeto. Conbiene que el caçador tenga su guante; para el gavilán basta que sea de carnero; para açor y halcón de baca o benado, de cuero bien adereçado y gruesso porque no lo passen con las uñas, en la qual andará la mano izquierda metida, y para que sepa el caçador nuebo traer con arte las aves en ellos, hará deste modo: teniendo el guante calçado, estenderá el braço y, estendido, cerrará la mano con el guante juntando las puntas del dedo pulgar y índex, y los tres cerrará con la palma de la mano quedando los dedos pulgar y índex estendidos de arte que pueda estar en el güeco de ambos una copa llena de agua sin derramarse gota de ella, porque assí conbiene que se traigan las aves, derechas en la mano del guante, que a pocas personas vi que trajessen las aves en la mano. Estas advertencias hize para aquellos que carecen de la noticia desta ciencia, que los prácticos no tienen necesidad della. [fol. 42r]
Capítulo dezimo
De los azores estrangeros
Los açores crían en muchas partes del universso. Los que a estas partes traen de ultramar son de Noruega, y de Suevia, y de Irlanda, como queda dicho con los nuestros de España. De los de Noruega y de Suevia trataré, los quales traen mercaderes en naos de Alemania a este puerto de Lisboa, son açores que hazen ventaja en la grandeza de cuerpo a los de nuestra España, y tienen el plumage más grueso. Los unos y los otros son excelentes. Abiendo en qué escoger tomen los de mucha carne en el pecho, bien puesto en la alcándara, derecho, descargado de espalda, las alas largas, los encuentros dellas altos y delgados, el pescueço largo, la cabeza pequeña, el rostro hermoso y largo, ventanas bien abiertas, buen sobrepico, buenas piernas y pressas, manos enjutas, los dedos dellas gruessos. Los torçuelos destos son boníssimos perdigueros, mas conbiene que sea el caçador sufrido y que sepa que son quejimbrossos y melancólicos. Con las primas caçan los [fol. 42v] italianos garças, grullas, cisnes, patas brabas y todas las aves, y liebres, y traen galgos de socorro, y no caçan con ellos perdices. Muchos señores los tienen solamente para efeto de tomar con ellos treínas para [todos] los halcones. Nótasse que si tal açor ubiere, no se largue a garça que esté sentada en el suelo, que lo matará con el pico. Otros açores crían en Grecia, en la Esclabonia, a estos llaman esclabos y son muy buenos. Otros crían en Cerdeña y los llaman sardos, son pescoçudos y de grandes cabeças, y toman bien las ánades y cuerbos, mas por tiempo se hazen ronceros. Otros crían en el ducado de Borgoña, son pequeños, mas buenos açores. Otros toman brabos en Santa Cruz de Campaço con el passo de las palomas torcaces, y son muy excelentes, semejantes a los de Noruega en la grandeça, tienen el plumage gruesso, entre blancos y amarillos, son estremados açores. Los tomados de una muda son muy estimados de príncipes porque caçan todas las aves con mucha gallardía. Son muy hermossos, tenidos en grande precio, y como son [fol. 43r] quando los toman bravos conbiene que aya caçador savio, que los amanse con arte y baya con ellos con mucho tiento, como queda dicho y se dirá en el capítulo siguiente.
Capítulo onze
En que se declara la causa por qué los azores de Noruega mueren muchos antes de zevados, y después duran poco, y el remedio que abrá en esto
Está tan introducido el abusso y errada plática que los caçadores visoños tienen oy en amansar los gavilanes y açores zahareños, que por uno solo que hazen doméstico y manso, dan la muerte a muchos açores de mucho precio sin saver la caussa. En este año de seiscientos y trece vi de doce o quince açores que vinieron de Alemania a morir todos, los más antes de estar domésticos y mansos como convenía. Algunos que llegaron a ser cevados duraron poco tiempo vivos. Aflixido yo de ver mal tan cierto, hize esta memo[fol. 43v]ria para el caçador nuevo, y aun para el que piensa que sabe. Los açores que vienen a esta çiudad de ultramar son zahareños los más dellos, y conocidos porque no pían como los niñegos, y son tomados brabos, rameros o con armadillas. Assí zahareños los traen con capirotes en la cabeça, que luego en tomándolos les ponen que no vean nada con ellos porque vengan quietos, y assí los venden a los caçadores, los quales los atan en el alcándara puestos en ella sin capirote. Fúndanse los mal pláticos, viendo nuestros açores en el alcándara sin capirotes, inorando que los nuestros son niñegos, cebados ya y manssos y criados por los honbres, lo que estos de ultramar no son, los quales, viendo las cossas que ellos de antes no acostumbraban, se espantan debatiéndosse, dando de una en mil debatiduras, quebrándosse las piernas, pechos, bofes y hígados. El caçador mal savio acude a esto con darle poco de comer, y a las beces coraçón labado para que ansí, constringido de la hanbre, amanse el miserable pájaro, y, quebrantado de cansado, se muestra amigo, que[fol. 44r]dando de los golpes y maltrato enfermo, criando apostemas en las entrañas y bofes, y assí mueren todos por falta del caçador. Esta es la total caussa de la muerte destos açores estrangeros; acúdesse a este yerro con lo que digo en el capítulo tercero de la criança de los açores niñegos, y se verá que aun los açores criados por los honbres, quando se ven pressos, se enbrabecen, y para tornar a ser amigos de los padres que los criaron, que son los honbres, es necessario trabajar con ellos, trayéndolos en las manos muchas noches. Sirva agora de avisso al amigo caçador y a los señores que compran açores estrangeros, que no les quiten los capirotes de día, sino los traigan con ellos muchos días continuos, y de noche con las cabeças descubiertas, dándoles con una pluma por el rostro mansamente, procediendo assí hasta que ellos se entreguen al sueño, y coman sin recelo, como se dice en el capítulo quarto de los gavilanes zahareños, y en el noveno del libro tercero, en el capítulo que enseña a cosser los ojos, en la regla de cómo se amansan los halcones y en la que habla en el halcón neblí, y por toda [fol. 44v] esta arte se verá cómo las aves se tornan mansas y amigas de los honbres, lo qual se haçe con amor y prudencia, y sufrimiento: con amor dándoles de comer cossas de que tomen gusto, con prudencia considerando el tiempo y la necesidad del ave, que unas son de diferente condición que otras, con sufrimiento para que lo tenga el caçador para con las aves melancólicas y mal acondicionadas porque unas se mostrarán amigas a pocos lances y otras primero que lo sean enfadan al caçador, y puesto que repita muchas veces este particular, es cossa que conbiene que así sea pues va la vida del açor y precio dél y el gusto del señor cuyo es. Y para satisfación de los que tubieren la contraria opinión, daré este exemplo: los açores maltratados que se compran y no trabajan con ellos aquel año, y los tienen metidos en cassa dándoles de comer solamente sin verlos nadie, viven y mudan. Y començando a trabajar con ellos por su modo errado acavan las vidas como los demás. [fol. 45r]
Capítulo doze
De los azores del Brasil
En el año de seiscientos y ocho enbiaron del Brasil al marqués de Castil Rodrigo dos pájaros notables. Uno dellos embió al rey don Felipe tercero, el otro entregó a un caçador en cuyo [poder y] cassa lo vi tan despreciado que me abergoncé, y assí lo miré más depriessa entonces que agora lo contemplo, que quiero escrevir dél. En la alcándara en que estava puesto noté que tenía buena postura, en la grandeça de cuerpo hacía ventaja a los açores de nuestra España, aunque poca. Tenía el rostro largo; la cabeça, para el cuerpo, antes pequeña que grande, en lo alto della, en derecho de los ojos, tenía unas plumas más largas que las otras, puestas como las de nuestros búhos a modo de cuernos, las quales abajava a las veces, no eran muy largas; el pescueço bien sacado; las plumas de que tenía el pecho cubierto eran blancas sin que en ellas ubiesse pinta alguna; era más pernialto, alguna cossa, que nuestros açores; tenía las manos más pequeñas; la cola más corta. No hizieron nada con él por falta de caçador. Deve de aver en aquellas partes [fol. 45v] del Brassil aves notables para caça, y por falta de quien las conozca no se save dellas. Al infante don Luis, duque de Beja, hijo del rey don Manuel, trageron de aquellas partes del Brassil un gerifalte blanco, tanto como una paloma. El príncipe lo tubo sin hazer nada con él por estado, queriendo enbiar allá caçadores, por no ser el viage tan tratable como es oy no tubo efeto. En las islas de Cabo Berde crian halcones tagarotes que son muy excelentes perdigueros. No dudo que aún aya codiciossos que vuelvan a renovar esta caça, que aún están vivas las reales cassas del duque de Bergança y de Abero, y tres marqueses y veinte y cinco condes, y muchos señores illustres, mucho más ricos que lo que antes fueron sus antepassados por las muchas mercedes que el rey don Felipe, nuestro señor, les á hecho, y aviendo honbres expertos y pláticos en esta arte, no dudo tornen a este juego y lo saquen del olvido en que está puesto.
Capítulo treze
Cómo se pueden traer los azores de ultramar sin peligro
Muchas veces vienen a esta ciudad de fuera [fol. 46r] açores tan maltratados por traerlos personas que no los saven governar, qu’es disgusto ver los miserables açores con las plumas de las alas y de la cola quebradas, y ellos todos enlodados con las tolliduras por venir metidos en gallineros, cubiertos de cañamaço, y dentro les echan lo que comen, y aunque el biage sea breve, tratados deste modo, pocos días vastan para que vengan tales. Otros los traen más bien tratados, como hazienda, pero no como vinieran trayéndolos persona que lo entendiesse. Y por evitar no solamente el maltrato de las aves, mas la pérdida del interesse, que no será pequeño a los que lo supieren traer y curar (porque en aquellas partes cuestan muy poco dinero, y en estas están oy estimados en mucho precio) no dudo que si ubiesse quien supiesse traer las aves y las tragese por mercaduría interessase mucho y ganasse de comer. El mejor modo con que pueden venir es con sus capirotes en la cabeça, puestos ellos en sus alcándaras, las quales sean a modo de un catre de la India, liados con cordeles puestos a modo de red, como los catres de marineros, porque vengan todos los rostros unos hazia otros, y las colas a la vanda [fol. 46v] de fuera, lo qual es fácil porque tocando ellos en la red con la cola, se buelven hacia fuera, y quedan assí con los rostros vueltos como digo, y devatiéndosse no se ahorcan. An de estar las alcándaras un codo levantadas del suelo, para que vengan linpios, y cubiertas de cañamaço en que ellos pongan las manos. La comida en quanto vienen por mar sea limpia de güessos y niervos, porque no aconsejo que se quiten los capirotes siendo la jornada breve, y siendo larga sí, dándoles sus plumadas algunas veces, aunque sea de trabajo al caçador quitarles los capirotes de noche y antes que amanezca tornarlos a poner en aquellos que no ubieren dado plumadas, que teniéndolas aguarde a que las hagan.
Capítulo catorce
La causa por que los torçuelos de Alemania son mejores para las perdices que las primas
En el capítulo de los açores estrangeros queda dicho que los torçuelos son mejores perdigueros que las primas de Noruega, y no declaré la caussa, parecióme que devía satisfacer al caçador [fol. 47r] savio con alguna semejança. Las águilas son aves de rapiña y se mantienen de la caça que toman, y son tan animosas que todas las aves las temen, y los açores, en viéndolas, se acobardan tanto que no se tienen por seguras en la mano del caçador, y se encogen como que se esconden porque ellas los matan muchas veces. Estas, siendo tales, no caçamos con ellas ni é oído decir ubiesse nación que exercitasse con ellas la caça porque son muy grandes y pessadas, y saliendo de la mano del caçador no volarían tanto que no corriesse más un cavallo si con el braço buelto y desde el suelo hiziessen con ellas lance, esto por su grandeça y pesso. De la misma manera los açores primas de Noruega y Suevia y de algunas partes del norte, por ser muy grandes, no son tan desenbueltas ni se pueden levantar volando con aquella ligereça necessaria que conbiene al ímpetu del buelo de nuestras perdices, no por culpa de los açores, sino de la naturaleza, y esto está tan puesto en raçón que para que las águilas caçen y tomen aquellas aves de que se an de cebar, se lebantan de reboleo en mucha altura, y quanto más [fol. 47v] altas se ponen, más seguro tienen su lançe, porque como ellas son mayores que todas las demás aves de rapiña, y más pessadas, con el pesso rompen más apriessa la densión del aire, y alcançan vajando de lo alto con mucha facilidad a todas las aves, y no les pueden huir, lo que no harían si a lo largo de la tierra volaran como nosotros volamos con nuestros açores. Los aletos, por lo livianos que son y ligereça que tienen por ser pequeños, son muy estimados en la caça de las perdices. Por esta raçón los torçuelos de aquellas partes son mejores que las primas por no ser tan grandes y poco menores que las primas de España, y assí queda satisfecho el caçador amigo saviendo la caussa, porque luego no se diga que algunas veces duerme el savio.
Capítulo quinze
De cómo se treína el azor para cazar abutardas y garzas
Ya queda dicho que los açores de Alemania son zahareños, y como tales acostumbran cebarsse de qualesquier aves que se les ofrezcan, y assí le es [fol. 48r] fácil a el caçador hazerle matar las garças y abutardas. Los de nuestra España tienen más necesidad de algunas treínas, y a los unos y a los otros es bien despertarlos. Queriendo el caçador que su açor mate abutarda, lo treinará en los patos manssos, haziéndoles pegar en ellos, y dándole de comer encima, trabajando que el pato se quexe y levante sus gritos y alee, y juntamente conbiene que se enseñe el galgo y muerda en el pato, y lo mate, y le hagan assir de la cabeça y se la den a comer arrancándola, que sepa el galgo que también á de comer de su trabajo; y esto estando el açor o halcón aferrado en el pato, y vea el açor al galgo y el galgo al açor, y si el perro se quisiere desmandar reprehenderlo an. De tal arte se á de aver el caçador que el galgo entienda que no á de enojar al açor o halcón, y que á de matar el pato, lo que ellos hazen muy pocas veces, y quando el açor entra en los patos, de quan lejos los viere, y el galgo supiere socorrer, baya a buscar el abutarda, que lo mismo hará que hazía en el pato, y en las garças y patas brabas, porque los açores son aves de fuerça y apegadores [fol. 48v] y poco socorro les vasta, lo que no tienen los halcones, que son más pequeños y no pueden más que enbaraçar, y tienen necesidad de mucha diligencia y grande socorro, y que se haga lo mismo al açor no es yerro. Yo vi un açor nuestro aferrado en una abutarda y ella volar con él como si no llevara nada, el açor aferrado descolgarsse a tierra y ciar las alas para hazerla venir al suelo, y tanto hizo que la trajo abajo bien lexos de nosotros que estávamos a pie, mas llevávamos un galgo mestiço de socorro que ayudó bien a su compañero, y quando llegamos a nuestro açor le tenía una mano apegada en el hocico al galgo y la otra en el ave. El galgo estava quedo, sufriendo tener el hocico atrabessado de las uñas del açor, sin gañir ni menearsse. Este açor y galgo vendió mi padre al marqués de Barcarota por mucho dinero, y aviendo dado su palabra de venderlo se entristeció tanto que mi madre se lo conoció en el rostro, y diciéndole: "Señor, decidme la caussa de vuestra tristeça, que es tanta que se deja ver". Respondió el buen biejo: "Hízome la fortuna tan pobre que vendo mi gusto por dinero". Ella, [fol. 49r] que lo amava, le dixo: "No vendáis vuestro gusto que aún pan tienen vuestros hijos que comer". Respondióle: "Quien tiene hijos y no es muy rico no á de tener gusto que cueste tanto". Tenía él esta arte de caça como por oficio, y decía que dos cossas avían de tener los honbres demás de ser verdaderos: ser caçadores y amigos de cavallos.
La última ave de caça que tuvo el infante don Luis fue un açor nuestro que matava los cuerbos y las garças, era de Noruega. Este, de su naturaleça, era inclinado a las aves de qualquier ralea, y en viendo la casería se iba a ella a matar las gallinas, por lo qual lo treinábamos en los cuerbos y los matava estremadamente, y las garças tan bien como un halcón sacre. Este açor, después de aver el infante dexado la caça, y mi padre jubilado, lo mandó llamar y trajo el açor con que él holgó en estremo por verle matar los cuerbos, que sucedió vez hacer tanto estruendo andando volteando como dos justadores de a caballo. El príncipe don Juan, padre del rey don Sebastián, holgava con el açor en estremo y con quien lo tenía, que en aquel tiempo se mante[fol. 49v]nían los honbres más de los favores de los príncipes que del dinero que entonces les podían dar, porque eran pobres. Estando el infante en los Palacios de Almerín a una ventana vio una garça que se pusso a la vista, mandó traer el açor, viéndolo mi padre entró donde el príncipe estava, el qual le echó los braços al cuello y llevólo a la ventana y le mostró el lugar donde estava la garça puesta y [le dixo] que no se avía de quitar de allí hasta que le viesse matar la garça. Fue tan benturoso que la mató, haziendo el açor en el aire tornos como si fuera un halcón. El infante festejó mucho la vista y dixo públicamente, que muchos lo oyeron: "Hombres me sirven a mí en la caça que hacen mucha ventaja a los que tengo en el servicio de mi cassa".
Capítulo dézimosesto
Cómo se hará la muda al azor, y cómo se á de governar
La sala donde ubiere de estar el açor para mudar sea antes grande que pequeña. Tenga ventanas por donde le entre el sol y aire y sean, [fol. 50r] si fuere posible, al norte, que es más saludable. En las ventanas se pondrán rejas de palo, que por ellas entre el sol y el açor no se pueda colar fuera, y si pareciere bien se puede poner una red del tamaño de la ventana antes de la reja, porque las aves encerradas desean salir al campo y pueden acometer la salida, y estando la red antepuesta estorva, que ni ellas acometiendo puedan salir ni meter la cabeça por entre las vergas y ahogarsse, como ya á sucedido. En la sala se pondrán algunos hazes pequeños de carqueja o sarmientos, donde más durare el sol porque los açores se an de venir a echar en ellos algunas veces, que en la criança lo hacen ansí. Ponérseles á su lebrillo con agua limpia para que el açor la tome si quisiere, tanbién se les pone arena cernida, aunque yo nunca vi açor ni gavilán que se espulgasse en ella, mas la costunbre puede mucho. Puédese tanbién tener un lebrillo con algunas yervas, assí como peregil o iervabuena, que no dudo holgará el açor con aquella verdura. Para el açor vastan dos alcándaras, y el banco en que se ubiere de atar la carne que ubiere [fol. 50v] de comer, la qual se atará con una correa porque si es cuerda roerla á él y se la tragará. La comida sean tórtolas bien cevadas y palominos de los grandes, y estos bien pelados y sacadas las tripas y los güesos de las alas y piernas, y los pies y el pescueço machucado, y los ñudos de todas las coyunturas, que si los comiere los eche en plumadas. Muchas veces es bueno mudarles la comida, dándoles coraçón de carnero y de baca, y gorriones y trigueros son buenos y todos los pájaros que se mantienen de semillas, los pequeños mal pelados y quitadas las tripas y los encuentros de las alas y de los pies y piernas machucados, que ellos los echarán en plumadas. Los palomos y tórtolas y otras aves grandes que se les pusieren se limpiarán con un paño porque no lleven piojos. Y siendo la sala grande, entre el caçador en ella quietamente y estése quedo, viendo lo que haze el açor, y si no muda como deve y come mal, y tubiere semblante triste diferente del que acostumbra, lo tomará de noche en la mano, y estando flaco cure dél con buenas viandas; y se le pueden dar algunos papos de tocino [fol. 51r] fresco limpio de corteça, que es carne que los açores comen con mucho gusto y engordan, y guarecido se buelva a la muda. Y estando enfermo y no mudando se hará lo que se dice en el capítulo que está adelante en el tratado de los halcones.
Capítulo diez y siete
De la purga para los azores
Las cosas ordenadas conforme a raçón no pueden tener mal sucesso. Los médicos, primero que purgan los enfermos, preparan los humores y los ponen en camino para con facilidad ebacuarlos y echarlos fuera del cuerpo enfermo. La misma orden es bien se tenga con las aves que tubieren necesidad de purgarsse: siendo verano, queriendo meter el açor o halcón en muda, aconsejan todos que se purgue primero. Prepararse á xarabe de cocimiento de malvas, como quartillo y medio, en una olla pequeña; hierba que quede un quartillo. En este cocimiento se eche un pedaço de açúcar y se buelba a el fuego; quanto hyerba, en este xarave desharán un coraçón de carnero en pedaços, limpio de los nervios y gordura y darlo an [fol. 51v] a comer al açor estando tivio el jarabe, á de ser la tercia parte del xarabe solamente, porque estando la carne mojada en toda la cantidad se dañará lo que quedare, y así se hará el segundo y tercero día, y a la noche dé un pollo o del mismo coraçón de carnero. Tanbién pueden hazer el mismo cocimiento de borrajas, que ambas tienen virtud de ablandar y molificar.
La purga se hará de mechocoán que se vende en las voticas, el qual harán en polvo, y dél tomarán tanta cantidad destos polvos como un real de plata lleno dellos, y formará destos polvos una píldora del largor de un piñón. Esta dará al açor al tercero día después del xarave. Y de la misma manera se puede hazer de acíbar, y la enbolverá en un pellejo de pollo dándole de comer su tetilla de pollo, y otro día lo probeerán de agua con su parte de gallina. Esta purga vasta para los açores. Puédense dar los polvos enbueltos en la carne que son fáciles de tomar, y siendo casso que vengan de ultramar los açores o halcones, siendo de [fol. 52r] verano se abrán con los mismos xarabes, y de invierno se harán de raíces de lirio, que aquel cocimiento tiene virtud de molificar y es templado. Primero que se purgue el ave se deve considerar la disposición y qué carnes tiene, si estubiere flaco vaia con atención dándoles de comer hasta que las tenga, y entonces lo purgue como queda dicho. Los xaraves se harán tomando una onça y media de raíces de lirio, mondándole la cascarilla de encima de la tierra, y la cortarán en pedacitos delgados y la echarán a cocer en la cantidad de agua que arriba é dicho, y quitadas las raíces después de cocidas, le echarán su açúcar, y en este xarave se hará lo mismo que digo con el coraçón de carnero.
Regla al cazador nuebo
Para el caçador son necesarios podencos los quales tengan amistad y conocimiento con el açor, el qual comiendo en la mano sin recelo, yendo mostrando amistad, le darán de comer estando presentes los podencos que ubieren de caçar con el açor. Vasta al principio sean quatro sien[fol. 52v]do estremados, después que el açor esté perfetamente cevado se usará de aquellos de que el caçador tubiere gusto, y quando dieren de comer al açor los convidarán con alguna cossa llamándolos por sus nonbres, el qual será de pocas sílabas, assí como Turco, Tejón, Limón, Rossa, Selva, Bruca y otros, porque ellos quedan entendiendo mejor al caçador, y cuéstale menos la pronunciación por la brevedad del nonbre. A los perros se les dará de comer en la parte donde el açor estubiere, haciéndolos conocidos del açor, y si alguno en la herida acostunbrare a comer las perdices, lo castigarán poniéndole una perdiz en tierra y [le darán] sobre ella buenos palos. Yo tube un podenco excelente de herida de valsas y en ellas me engullía las perdices, lo qual conocí por verle plumas en la voca donde las perdices me faltavan, y él se enmendó con el castigo.
Trabaje porque no venga el açor en conocimiento de las perdices de mano ni de las reboladas, que acostunbrándolo a eso más de lo necessario se [fol. 53r] haze perezoso; y entrando él bien en la rebolada se busque a dever entrar depriesa, que no esté ella descansada, haziendo buen lance, qu’el açor hará su dever; y siendo las perdizes nuebas, mejor. De invierno conviene se tenga industria buscando perdizes que no sean apuradas, teniendo cuenta que se esté el açor con una perdiz en tierra quatro o cinco vezes, y a la qual mejor volare dexará estar más tiempo agasajándolo, hablándole y dándole el coraçón y entrañas con algunas gordura, que entienda él que huelga con lo que hizo. Y si fuere en tierra rasa (en la qual las perdizes corren mucho) y el açor la tuviere asentada puesto en tierra, se levantará en la mano, porque no acontezca al caçador el yerro de Antonio Barroso, caçador del duque de Avero, el qual volando una perdiz delante del duque y del señor don Antonio, hijo del infante don Luis, el açor rindió su páxara en una mata muy espesa, el açor se puso en tierra por no hallar en qué mejorarse, el caçador mayor del señor don Antonio fue de parecer que Barroso levantase su açor en la mano, el qual confiado en la bondad del páxaro lo dexó estar, y la perdiz corrió mucho espacio y salió lexos de donde el açor [fol. 53v] quedaba con los ojos en la parte donde la perdiz la avía puesto, y por más que el caçador gritó a la perdiz levantada, el açor, embelesado, pareciéndole que la tenía cerca, se estuvo quedo, y la perdiz se escapó. Fue festexado este yerro de aquellos señores dando baya a Barroso, que se tenía por grande caçador, lo qual él sintió.
Costumbre es entre los caçadores del Andalucía levantar los açores en la mano estando en la herida, los quales están ya tan acostumbrados a ello que en levantándolo el caçador se ponen en ella, lo qual se usa en aquella tierra por ser llana y de palmeras, muy rasa, y no tener los açores donde mejorarse, mas en parte donde el açor estuviere en la herida mejorado se dexará estar, porque muchas vezes van ellos a la perdiz primero que los podencos la levanten y la caçan, y es bueno dexarlos hazer a ellos.
Todas las vezes que fuere posible dándole de comer al açor en casa o en el campo, se llamará a la mano, porque assí acostumbrado queda bien recogido, qu’es gran falta no serlo.
Nota que siendo día de viento se dexará estar el açor aunque esté apercebido para ir fuera, que los días de viento son muy contrarios a la caça [fol. 54r] de las aves, sólo para los benados aprobecha, y de las aves solo a los gerifaltes, que quieren viento, de donde nació aquel adagio "el sacre con agua, el gerifalte con viento, y el neblí con buen tiempo". Y si se hallare en el campo y el viento se levantare, lo mejor es cebarlo y dar la buelta a casa. Y si el deseo de comer perdizes y confiança en la bondad del açor (que la codicia a vezes rompe el saco) fuese causa de que se cace, désele poco de comer al açor quando se cebare, qu’el trabaxo de bolar en tal día quebranta, y mucho más si fuere el día frío, por lo qual se dará poco de comer al cebar, y después algunos días de huelga, que descanse de aquel trabaxo, y buenas viandas.
Nota que sacando al açor de muda, que será a la noche, aquella y quatro más se trairá en la mano hasta la madrugada, que se volverá a meter en la muda, suelto como de antes andava, y al quinto día, que ya entonces deve de estar quebrantado algún tanto con el sueño, se entrará con él en la sala con resguardo, y aunque se mueva de una alcándara a otra no importa, que con aquella mudança y bolar se le deshará la enjundia, y viendo el caçador que está ya blando, con él en la mano saldrá de noche a algún río que tenga agua en que se pueda poner, y en ella mansamente lo [fol. 54v] dexará estar con los pies metidos en el agua, y con una barilla dará en ella mansamente para que salten algunas gotas y le salpiquen el cuerpo y rostro, que sienta aquella frescura. Y si hiziere muestra de querer probar, con la varilla lo irá entrando en el agua, que puede ser que la tome y será muy bien assí para que se desaine como para que pierda aquel orgullo con que salió de la muda. Y si digo que esta obra se haga de noche es porque no se escandalice el açor y tome miedo al agua y no quiera después entrar en ella, que si el ave no se harta de sol y agua no puede hazer cosa que buena sea. Algunos caçadores, porque más depriesa se les deshaga la enjundia, les quitan la comida de modo que quando los quieren cebar están tan baxos de carnes que no pueden hazer lo que deven, y es yerro notable porque de una manera se á de aver el caçador con el açor bravo, de otra con el bien acondicionado, porque puede aver pájaro que antes de desainado del todo se pueda cebar, que bolando mejor se desaina y más depriesa se deshaze la enjundia. Digo que estando el açor manso, que se atreva a largarlo suelto, mostrando voluntad de comer dándole de un coraçón de carnero labado un día antes, amaneciendo en el campo entre las perdizes, se pueda lançar con buen lance, y hecho antes que el sol caliente, en ella se dé de comer al açor las piernas solamente, y assí procediendo con resguardo, se desainará con facilidad y menos trabaxo, poniéndolo en el agua, y es buena plática. Siendo los açores bravos y mal acondicionados, se abrán al contrario, trayéndolos muchas noches en la mano, amaneciendo con ellos en el campo [fol. 55r] y los llamarán a ella teniendo presentes los podencos. Conocerse á qu’el açor está desainado en la hambre que mostrare, en la ligereza con que volare, y si perdió la hambre por raçón de la enjundia quebrada, se usará como enseña el capítulo que desto trata, que va adelante. Y sucediendo que el açor sea muy codicioso de las perdizes y en el campo debatidiço, que nunca está en él, conviene que aya sufrimiento y prudencia acudiéndole con darle algunas picadas de carne con que lo entretengan, que puede ser qu’el deseo de bolar lo haga abatirse a menudo, que yo é visto caçadores tan mal sufridos que se enfadan con los açores sacudiéndoles con la mano, y los pobres pájaros dando con los pechos en el guante, y si no ay prudencia son de poca dura, y por buenas alas que tengan, quando llegan al fin de la herida no pueden ir tan descansados como los açores quietos. Con estos se abrá el caçador dándole la carne mojada en arzolla y de su agua, y algunos días algunos papos con alquitira, tomando un coraçón de carnero desollado y sin niervos, deshecho en alquitira de manera [fol. 55v] que baya cada bocado de carne enbuelto en ella, y si el açor no la quisiere comer y estuviere poco hambriento, le darán los polbos pasados por cedaço en bocadillos, de modo que no los sienta, y esto se hará en días de sol, y a los abatidiços que les refresca el hígado, enfría la sangre, y lo mismo haze la çargatona y la resina de los ciruelos.
Nota que en días de grande sol, andando en el campo con buen açor, se llegue algún río o arroyo de agua para que los podencos beban, los quales de su naturaleza son calidíssimos, y con la sed y calor se henchirán de sarna y pueden raviar, por lo qual volviendo de caça de perdigones en el verano, les harán echar agua fresca en un lebrillo grande, y el pan mojado en ella, y queriendo el caçador que sus podencos se mejoren en el olfato para que mejor rastreen, les darán pan mojado en agua con polbos de piedra açufre, assí a los podencos como a los sabuesos. Los podencos hijos de perro de conejo son excelentes perdigueros y para mucho.
Primero que se meta el açor en la muda, vea el caçador si tiene piojos, y teniéndolos los quite, y se hará [fol. 56r] lo que dize el capítulo que desto habla que va adelante.
En diziembre, enero y febrero, que son los meses más fríos, se dará la carne caliente siempre passada por agua cocida con peregil o canela, porque muchas vezes con las noches grandes se resfrían el buche, y algunos caçadores les dan en la plumada un diente de ajo, porque el frío es enemigo de todas las cosas sensitivas, hasta de los güesos y tuétanos, y es tan conforme a razón, que las mismas aves se salen de Alemania y se vienen a estas nuestras partes por conservación de la vida. Y conviene para la conservación de nuestros lindíssimos gavilanes que se tenga más cuenta con ellos en este tiempo que en otro ninguno, dándoles pájaros vivos y los encuentros de las alas, y algunas plumas menudas en plumada, y no los teniendo, la carne sea caliente pasada por agua tivia cocida con espique, canela o peregil. Su plumada de algodón. Puédenle dar en la plumada, estos meses hasta todo febrero, mezclada con los hilos, una poquita de hoja de la masa que viene de las Indias, polbos de clabos, de yerba dulce, y para que nunca les falte alguna cosa que les puedan dar, en [fol. 56v] lugar desto, pimientos de los que echan los castellanos por adobo en las ollas, que son calentíssimos.
Al gavilán se dé tanto de aquella cáscara de los pimientos que sea la cantidad de la uña del dedo pequeño, y al açor y halcón dos partes más. Estando en Crato en estos meses, se le murieron dos açores a Simón Mascareñas, dean de Évora, y a mí otro, todos tres gordos, sin muestra de enfermedad alguna. Hecha la anatomía en ellos no se les halló cosa que se les pudiesse notar, mas de tener los buches fruncidos, y concluyeron los caçadores en que era de frío, porque aunque nunca les faltaron sus plumadas, después de averlas hecho ellos, quedando el buche resfriado y bacío se fruncía, y vinieron los açores a no poder tener nada en él, y rebesar hasta la sangre de los palominos que les davan, que bien se sospechó lo que podía ser por ser el año frío.
Y para remedio de mal tan cierto, pues vemos que no escapa gavilán con vida en estos meses, aunque cuestan poco dinero, puede aver algunos de tanta estima que tengan sus dueños pena y disgusto viendo que se le mueren, por lo qual me pareció conbenía en estos meses se diesse a los gavilanes algunas cosas de las que arriba é dicho. [fol. 57r] Y siendo caso que los gavilanes muestren señal de alguna agua, o otra qualquier ave, le chuparán las ventanas, que con esto se descarga la cabeza del ave, y no tenga el caçador asco dello, que no ay más que ser algo salado.
Nota que la tullidura que hiziere el açor o qualquiera otra ave de caça siendo gruesa y blanca y lo prieto della grueso es buena señal. Y la que fuere delgada y lo prieto della de la misma manera y saliere mezclada con algún mal olor, le acudan con buenas viandas, de las quales hablé en la criança de los gavilanes. Y siendo la tullidura verde o con muestras dello, da claro indicio de quebrantamiento de cuerpo. El remedio es buenas viandas, poco y a menudo.
Notando estoy que mi caçador me pregunta cómo templará su açor el día antes de ir a caça, que lo llebe bien apuntado. Tres cosas conbiene se consideren: la primera si está harto de sol y agua; la segunda si el açor es bien acondicionado y con hambre áspero o sin ella; la tercera si tiene carnes. Si fuere bien acondicionado [fol. 57v] y él anduviere cebado basta poco: darle por la mañana una pierna de gallina y a la noche una pierna toda con su plumada; y no dando gallina (que aconsejo que se dé, que así lo sentirán en el bolar), se dará la tercia parte menos por la mañana, y a la tarde la mitad menos de lo que le dava de antes y su plumada. Y siendo áspero mucha pluma y poca carne, que avemos de bolar mañana, como hazen los castellanos teniendo en la memoria que las aves enseñan cómo se an de aver con ellos los caçadores. Y sucediendo que se le aya dado de comer poco el día antes, amanezca el caçador entre las perdizes, y luego en la primera contente a su açor dándole de una pierna de perdiz y a rroer en el gatillo, y el coraçón y carne de la molleja, cosa que sienta él que comió, y assí se procederá como él lo hiziere, que en esto de templar no ay regla cierta. Yo tuve un vuelo de milano de tres sacres, al principio los templava todos por una vía. Entre estos avía uno grande de cuerpo, el qual enseñé para quedarme con la presa; acostumbrava a dar a todos coraçón labado en agua tivia, y que ellos de dentro en la por[fol. 58r]celana sacasen la carne que avían de comer de dentro del agua en que estava deshecha. Al grande dexava comer como grande, y a los pequeños menos. Vino mi sacre grande, por templarlo mucho, a enflaquezer, que se dexó ver conocidamente. Fuimos templándolo menos y de tal modo que sin temperamento venimos a bolar con él, y no por esso dexava de abraçarse con el milano y aferrarlo de modo que en setenta y tantos que en un año matamos, no tenía menos preso cada uno que por la cabeça con una mano porque no mordiese, y con la otra o una de las manos del milano o ambas, lo qual hazía, no por el temperamento, que ya entonces no le dava, que a vezes el mucho temperamento destempla. El açor á de ir caçando y comiendo.
Al cebar acostumbran los que caçan con aves agenas, porque les queden las tetillas de las perdizes enteras, darles las piernas, pescueço, coraçón, cabeça y ojos y la carne de la molleja, y alguna cosa del hígado, y el pie de la perdiz machucado. Bastante cebadura es esto, mas mi amigo dé los pechos a su açor y así lo tendrá él para su caça.
[fol. 58v] Algunos caçadores más amigos de su comodidad que de hazer bien su oficio, no guardan bien los precetos del arte de caça queriendo amansar las aves çahareñas, gavilanes, esmerejones, y aun halcones y açores. Y para madrugarlos hazen una alcándara como cuna en que acuestan a los niños atada de cuerdas colgadas, en ellos ponen el palo del alcándara, y en ella atan sus aves para que mientras las menean no duerman, la qual ponen en el aposento donde ellos tienen su cama con luz para que las aves, viéndola, por lo poco acostumbradas que están a ella, no duerman, y de quando en quando con una cuerda que tienen atada en la misma alcándara los menean, y desta suerte, quitándoles el sueño, los enbelesan. Paréceles a ellos que están mansos, los quales volviendo en sí quedan como de antes y nunca son buenos amigos. En los gavilanes y esmerejones se puede sufrir este modo, mas en los halcones y açores, que son aves de estima, son dinos de reprehensión porque nunca harán cosa buena.
Noten también otro mal peor porque es [fol. 59r] muerte total de los açores estrangeros, como queda dicho en el capítulo onze.
Acostumbran los poco pláticos, comprando los açores a los alemanes que los traen a esta ciudad siendo çahareños, quitarles los capirotes y ponerlos a vista de todos sin más, traerlos en la mano de noche ni curar dellos con arte, y a puras debatiduras se crían en sus entrañas postemas de que mueren. Aquí acudirá el caçador amigo como enseña el capítulo once. Teniendo en la memoria que no ay arte alguna en la qual no sirvan los yerros que en ella se hazen de dotrina para aquellos que después la profesan, con que acabaré esta segunda parte advirtiendo a mi nuebo caçador lo que sucedió este año de seiscientos y quince a dos señores, los quales saliendo desta ciudad cada uno con su açor a caça de perdigones, yendo cada uno por su parte con intento de causar embidia al que menos perdigones tragesse. Don Dionís de Faro, hijo de don Estevan de Faro, veedor de la hazienda de Su Magestad, el primero día que largó el suyo le huyó y se [fol. 59v] pasaron quatro días antes que lo cobrasse. Don Pedro de Castilblanco, que fue con el otro açor, el qual sin le huir lo hizo peor: abatiéndosse y no queriendo ir en la mano quieto, sin mirar a perdiz ni perdigón; y aunque diferentes en el modo, el yerro biene a ser todo uno, y no quedan los caçadores sin culpa, porque el açor que en el campo se abatía llebándolo en la mano, era por la costumbre que tenía de darle de comer en casa, y lo tenía convertido en naturaleza, porque los señores que tienen semejantes açores guardados para los perdigones, no teniendo caçadores práticos, no hazen más que darles de comer y ponerlos en la alcándara; y otros, por tenerlos muy regalados, los dexan sueltos en la sala y sin más consideración ni arte los quitan della, pareciéndoles que siendo azores y con darles de comer dos días de un coraçón labado quedan con hambre y ligereça, y bastante dotrina para en viendo la perdiz llebarla en la mano, aviendo de suceder muy al contrario, por lo qual advierto a mi caçador nuebo que antes de salir a caça con açores sobrepuestos acostumbrados a estar en[fol. 60r]cerrados, dándole de comer en casa, se aya con arte, como ya diré en la enseñança de los açores nuebos, lebantándose de madrugada, llevando el açor algunos días en la mano a caballo con los podencos, y le dé a comer en el campo, llamándolo a la mano, poniéndolo en agua, y tomada, lo dexe estar en el campo sobre una piedra, curando de sí, dándole primero que lo ponga en el agua unas picadas de carne, tanta como una nuez pequeña, y después déle a comer llamándolo a la mano, teniendo delante los podencos con que á de caçar. Esto hará el caçador de tres en tres días, dándole buenas madrugadas y no quitándoles la comida. Y alguna vez llebe el caçador consigo un palomo que buele bien, y lárguelo en el aire volando, y en él le dé de comer, y con eso irá despertando del descuido del tiempo que á estado en casa sin ver el campo, y tendrá hambre verdadera porque, aunque ellos la muestran en casa, no es qual conviene para la caça, por lo qual advierto muchas vezes que madruguen con las aves y las traigan en la mano, porque siendo [fol. 60v] assí tratadas, serán amigas del caçador, el qual procediendo con los açores como queda dicho en este tratado, no cairá en semejantes yerros. Algunos caçadores, pareciéndoles que con matar los mochuelos con los açores los tienen con memoria viva para no olvidarse de las perdizes, matan con ellos los mochuelos, en ellos los ceban haziéndoles fiesta como si fuessen perdizes, para las quales tienen guardados, no siendo conforme al arte de caça, porque acostumbrando a comer de lo que les cuesta poco trabaxo matar y buelan poco, desconfían si topan con perdigón áspero y que se quiebre, y lo dexan. Y con esto dexo la caça del açor y me paso a tratar de las águilas.
Capítulo diez y ocho
Del águila y de la razón por qué de las aves de rapiña son mayores las hembras que los machos y mejores en la caça
El águila es contada entre las aves de rapiña y reyna de todas las aves porque todas la temen, y en viéndola se acobardan. Y no se llama reyna [fol. 61r] por la corona que tiene en la cabeça, que muchos halcones la tienen, ni porque resiste con la vista a los rayos del sol sin mover los ojos, que todas las aves de rapiña hazen lo mismo. Y no piensen los que no saven qu’el capirote que se les pone a los halcones en la cabeza que sea porque ellos no pueden sufrir los rayos del sol, que si lo traen es porque no se abatan a la gallina y paloma viéndolas, que son de que ellos comen y se mantienen. El águila se llama reyna porque caça diferentemente que las otras aves, porque los açores, gavilanes y halcones caçan diferentemente, los quales, como sean ligeríssimos, de qualquier modo que se les ofrece el ave de que se quieren cebar, la siguen y alcançan. El águila muy al contrario, porque para tomar la caça de que se á de cebar se levanta lo más alto que se puede y con vueltas que haze y tornos en el aire, para assí ir descubriendo las aves del cielo como las que están en la tierra, y quanto más alto se levanta, tanto más descubre y ve el ave que atraviessa el aire, la liebre y el conejo o perdiz andando buscando de comer en la tierra, a la que apetece se dexa caer, y como [fol. 61v] es ave muy grande y pesada deciende más depriesa, rompiendo con el paso la densión del aire, que todas las demás aves, y las alcança y prende y no le escapan las que caen debaxo della. Y por ser su caçar diferente y baxar de lo alto, se puede tener por reyna, y por acobardarse todas las aves delante della, y tanto que los açores, aunque estén en la mano del caçador, en viéndola se encogen y asombran dando muestra al caçador de que le ven, para que no los larguen. Y demás de todas estas cosas, es la mayor de las aves de rapiña, y haze mucha ventaja a todas las aves que se mantienen de caçar otras para su comida, y lo mismo en la fuerça que la tiene tan grande que dize della fray Juan de los Santos en el libro de la Istoria de Etiopía que vio a una águila llevar un mono grande con una maça atado, volando por el aire como si no llevara nada. Lo que por acá sabemos es que lleva una liebre como si fuera un pájaro y un cordero pequeño. Ellas matan nuestros açores, y de una vez que los llevan en las manos luego [fol. 62r] los acaban y mueren de venir atravesados con las uñas. A mí me aconteció, siendo moço, andando a caça de açor largándolo a una perdiz, caer a él una águila, la qual devía de estar tan encumbrada que no la vio mi açor, porque si la viera no bolara tras su perdiz, ni yo tanpoco la divisé, y largando el açor oý en el cielo por cima de mí un sonido como de cohete, que me obligó a levantar los ojos, vi un bulto en medio del ayre y (no sabiendo lo que fuesse) afirmo que tuve miedo, mas luego conocí ser águila que venía cayendo a mi pájaro, el qual de miedo dexó la perdiz y se metió en un árbol, siendo de mí socorrido con mucha priesa, corriendo a caballo, gritando, levantando la voz y haziendo señas con el sombrero. Muchas vezes sucede andar ellas todo un día a vista de los caçadores para caer sobre las aves que ellos levantan, y deste modo se ceban cayendo de lo alto, mas sucede a las vezes trocarse la suerte. A una aconteció andando a caça de conejos don Luis de Mora y don Rolin y otros compañeros en una quemada en Ribateyo, de los hurones que llebavan se salió [fol. 62v] uno de la cesta sin que lo sintiessen, y quedando lejos de los amos, por la tierra y quemada fue visto de una águila, la qual decindió a él y lo tomó entre las manos, y como las uñas y manos de las águilas sean muy grandes y el hurón muy delgado, quedó en la llave de la mano libre de las agudas uñas del águila, la qual, queriéndose cebar en él abaxando la cabeça, el hurón apegó con la boca y dientes de las agallas y garganta del ave y la mató a vista de los caçadores, que hasta entonces no avían echado de menos el hurón, al qual llebaron libre y al águila muerta. Todo se puede creer deste animalejo por el ánimo atrevido que tiene y buena suerte que este tuvo en caso de tanto riesgo.
No se save que en nuestra Europa aya persona que tuviesse águila de caça, porque es ave muy grande y no abrá braço que sustente el peso, y sería peligrosso al que con ella anduviesse y cierto el lisiarse, que le atravesaría con las uñas el braço hiriendo al caçador.
El águila hembra es mayor qu’el macho, como lo son todas las aves de rapiña: halcones, açores, gavilanes y esmerejones, siendo al contrario de las otras [fol. 63r] aves que no lo son, porque nuestro pabo y gallo y perdigón son mayores los machos que las hembras, y assí lo son todas las demás aves. Solamente las que se mantienen de caçar las otras aves para cebarse dellas, las hembras son mayores que los machos. La razón es que la naturaleza no hizo cosa inperfeta, porque las hembras de los animales crían los hijos con la leche de sus pechos, ver la obeja que solo se mantiene de yerveçuelas del campo, con el tierno cordero, luego que nace cubierto de aquella piel carnosa, la madre con la boca, que nunca otra cosa gustó sino yerba del campo, lamer y limpiar aquella carnosa piel sangrienta, lamiendo el hijo y con la boca y hocico encaminándolo donde halle las tetas llenas de leche. Los machos no tienen cuidado de nada desto, assí probeyó naturaleza a las aves de rapiña, saviendo que las madres son las que más aman los hijos, por lo qual hizo a las hembras más animosas, y mayores de cuerpo, y más voladoras, y de mayores fuerças que los machos, para que con las alas alcancen a las otras aves, y con las fuerças las derriben, y con las uñas y garras y pico las puedan fácilmente matar. [fol. 63v] Y siendo las aves grandes tuviessen fuerça para poderlas llevar al nido donde están los hijos que á de mantener y criar, porque los machos de las aves de rapiña son muy pequeños y flacos, de donde nació aquel adagio antiguo de caçadores: "ave torçuela ni mata ni buela". Esta es la causa por la qual juzgo que de las aves de rapiña son las hembras mayores y mejores, como son halcones, açores, gavilanes y esmerejones. Y tanta ventaja haze el águila hembra al águila torçuelo, como nuestro pabo macho a la hembra, y tanta nuestros halcones y açores primas a los torçuelos quanta nuestros gallos a las gallinas o más, y tanta los gavilanes y esmerejones primas a los torçuelos quanta los perdigones machos a las hembras. Tenían las aves de rapiña necesidad de que esto fuesse assí porque los pobres pájaros an de sustentar los hijos de comida hasta que ellos estén grandes y descañonados y que estén tan enjutos de sangre en las plumas como los mismos padres porque, aunque estén cubiertos de pluma, no tienen ligereça desenbuelta para alcançar bolando las otras aves, por lo qual los padres tienen con ellos más trabaxo que las otras aves, que hasta que son [fol. 64r] grandes los sustentan y mantienen trayéndoles la caça a las manos, y ellos la pelan y comen, lo qual vide en la villa de Ubrique, Sierra de Ronda. Criava una muda de halcones en una roca donde no osava nadie suvir por ser de peña tajada y altíssima, allí a vista de todos los de la villa venían los padres ya después que ellos andavan bolando fuera del nido, y les traían palomas torcaces y tórtolas y perdizes y gaçapos y les largavan por el aire, y los hijos venían a tomarlos, y assí proceden siempre hasta que los crían del todo; muy diferentemente de como se an las demás aves, porque la perdiz y la codorniz, luego que salen los hijos del cascarón del güebo, ban a buscar su mantenimiento, y lo mismo haze el pabo y todas las aves que se mantienen de semillas, que aquellos que se mantienen de cebo están hasta grandes en el nido.
Capítulo diez y nueve
Cómo crían las águilas sus hijos
Los escritores que hablan de aquella cosas de que no tienen noticia cierta ni ciencia verda[fol. 64v]dera, queriendo por informaciones mal hechas afirmar opiniones sin fundamento, caen muchas vezes en yerros notables, queriendo que las águilas echen sus hijos de los nidos a tierra, por no tener los ojos de en hito en hito al sol y sus rayos, como si no fuessen sus hijos. No hallo raçón que satisfaga al entendimiento para que no se pueda tener lo contrario. Nació esta opinión de aver hallado algunas vezes los hijos destas caídos a los pies de los árboles donde ellos tienen sus nidos.
Las águilas, los açores y gavilanes crían en árboles y fabrican sus nidos con palillos travando los unos con los otros, y así texidos y liados sin otra cosa crían. Y quando los hijos son grandecillos muébense por el nido, y con el movimiento aquel texido se deshaze y no está tan firme como lo hizieron los padres al principio, y queriendo ellos hazer sus tulliduras se llegan a los bordes del nido, y como están destexidos, caen ellos y algunos palillos del nido en tierra, como muchas vezes se á visto en los gavilanes y açores. De aquí nació que los escritores digan que las águilas echan los hijos del nido abaxo por no tener los ojos [fol. 65r] aviertos sin pestañear hazia el sol. Dígame alguno cómo lo save o quién lo vio, que lo que yo sé de las aves es que aman sus hijos tanto mientras pequeños que los serranos, quando suben a quitar de los nidos los gavilanes y açores nuebos, los padres afierran de los hombres de tal modo que muchas vezes se dexan tomar de los hombres que les lleban sus hijos. A mí me contó uno destos que quitándole los hijos a un açor porque no se ausentasse y tornasse a criar en aquella querencia, en lugar de los hijos que le quitó puso dos cuerbos nuebos y los açores los criaron como hijos y me afirmaron que si en aquel tiempo le pusieran un sapo lo criaran.
Tullio en las Familiares dize, hablando de las aves: "ita suos pullos ad tempus amant ut nichil supra possit esse", de tal manera (dize él) aman las aves sus hijos siendo pequeños que no puede ser más. Muchos exemplos pudiera traer para verificación de que las aves aman sus hijos en aquel tiempo de pequeños en sumo grado de amor, lo que se ve bien en nuestras gallinas, las quales crían como hijos los ánades, las quales no hazen caso dellas y se entran [fol. 65v] en el agua, las gallinas andan lejos dellos por la tierra y las llaman, de las quales, como digo, ellas hazen poco caso porque la naturaleza a cada ave dio su voz; los pollitos salidos de aquel día del güebo, si la madre ve el milano y les da aquellas vozes medrosas, ellos se esconden, mas como ellas estén sobre los güebos de los ánades las aman y tienen por sus hijos puesto que a la voz no acudan y los agasajan salidos del agua como hijos naturales no lo siendo. Lo mismo harán las águilas de las quales los escritores dizen muchas grandezas. Joannes Textor en su Officina dize que son seis géneros y que algunas matan los cierbos aferrándolos por los cuernos, dando con las alas en tierra levantando polvo, el qual los ciega, y caídos ellos los vence y mata, y que bregan con los dragones. Jorge Agrícola en el libro onze de De re metalica dize que ay dos castas de dragones: unos boladores, que estos pelean con las águilas y tienen alas como murciélagos y tres órdenes de dientes, y que son de seis pies de largo, y dize más, que de Livia, con una grande [fol. 66r] tormenta de viento africano, se vio uno destos en Egipto; de los que avitan en la tierra escriben muchos autores que son de doze codos, negros en la color, la barriga que tira a verde, tienen cabellos en las sobrecejas y barbas y no muerden, los antiguos los ponían en guarda de sus tesoros y oráculos. Estos en África y en la India dizen dellos que pelean con los elefantes. Algunos refieren que las águilas viven cien años y que renueban la edad suviendo a la región del fuego, y della, de lo alto, se dexan caer a la mar sumiéndose en ella, y que deste modo renueban los años. Lo que sé que renueban son las plumas como todas las demás aves.
Muchas cosas dizen los escritores que no satisfazen, y no me maravillo que no ay cosa más lexos de las letras que las aves, porque los letrados mientras moços tienen los ojos en las escuelas y en los libros y no pueden alcançar la naturaleza de tanta variedad de aves. Tornando a las águilas, donde crían de verano se están el invierno; al contrario de los halcones, hállanse en todas las partes del mundo. [fol. 66v]
Capítulo veinte
De los cuerbos, aves de rapiña, es digno de leerse
De todas las aves que la naturaleza crió, son los cuerbos las más golosas y sin caridad, tanto que viendo ellos alguna obeja apartada de su rebaño por enferma y que anda ya desamaparada del pastor, van a ella y le quieren sacar los ojos. Y si ella se defiende afierran della en la lana abatiéndose a tierra y dan con ella en algún hoyo y barranco y viva le sacan los ojos, y por el sieso las tripas, estando la miserable dando de pies y manos (lo qual yo vi algunas vezes). Destas mal acondicionadas aves tomaron los romanos algunos agüeros (que dexo para los que les fueren aficionados). Todavía diré aquella historia de Eneas Silvio, que fue Papa Pío Segundo, el qual en el libro que hizo en la historia de Asia, dize que en la Galia Vélgica, cerca de la ciudad de Liège, tenía un halcón su nido en una roca, y estando echado sobre los güebos, vino allí grande multitud de cuerbos, y dieron sobre el halcón y lo echaron fuera del nido y le comieron los güebos. Algunos pastores que estavan por allí vieron este [fol. 67r] suceso y estuvieron con advertencia a ver en qué parava. Otro día vinieron a aquel mismo lugar grandíssimo número de halcones y de cuerbos en tanta cantidad que parecía no aver en todo el mundo tantos quantos allí se juntaron. Allí a manera de desafío davan muestras unos a otros. Los halcones, de querer tomar satisfación de la injuria de le avían hecho a su compañero. [Los cuerbos, de sustentalla.] Estos se pusieron de la parte del norte, los halcones de la parte del sur, a modo de esquadrón formado, como si fueran capaces de entendimiento. Comiençan su batalla muy trabada y furiosa, y tan cruel que ponía espanto. Algunas veces prevalecían los cuerbos, otras los halcones. Caían a tierra las plumas y sangre dellos a modo de lluvia y de cuerpos muertos. Finalmente nuestros halcones prebalecieron y quedaron vencedores y dieron en ellos tal carga con las uñas y picos que pocos de los cuerbos escaparon vivos. La causa de perseguir estos a los halcones y açores y a todas las demás aves de caça llebando piuelas es por pensar que las piuelas son tripas, y por tomarlas para sí los siguen, lo que no hazen a los bravos. De[fol. 67v]llos dizen que viendo los hijos en el nido blancos los desamparan tanto tiempo hasta que están prietos, la qual opinión tienen muchos autores en la explicación de aquellas palabras del salmo 146: "et pillis corborum invocantibus eum". También se puede dezir destas aves ser muy tragonas y que los hijos en el nido graznan y vozean lo qual hazen porque como las aves tienen sus hijos sudados de la humedad del güebo y libres de que se les mueran por el sol o frío les ban a buscar de comer, y en llegando a los hijos les meten el bocado en la boca, y luego con mucho cuidado les ban a buscar más, y tanta más priessa dan quanta más hambre sienten que tienen los hijos. Por lo qual los padres mientras los hijos están en los nidos son poco vistos, y los hijos, por los graznidos que dan, muy oídos.[fol. 68r]
Edición de Beatriz TOURON TORRADO
Creación / última revisión: 08.06.2012