Textos clásicos


Diogo Fernandes Ferreira

Arte da caça de altaneria

Introducción

El Arte da caça de altaneria de Diogo Fernandes Ferreira vio la luz en Lisboa en 1616. Se trata de una obra compleja y extensa dividida en seis libros. Los tres primeros libros están dedicados a los gavilanes (catorce capítulos, el último a los esmerejones), azores (veinte capítulos) y halcones (siete capítulos más ocho advertencias) respectivamente; el cuarto, a las dolencias y sus enfermedades (treinta y cuatro capítulos más seis recetas); el quinto (diecisiete capítulos) a las armadilhas ('armadijos'), es decir, a las diversas trampas para cazar las varias clases de aves; y el sexto libro, o parte como prefiere llamarlo Ferreira, dividido en veintiún capítulos que trata de la peregrinación de las aves en general, tema al que López de Ayala sólo dedicó un capítulo (45), Juan de Sahagún otro (I. 20) y Juan Vallés otro (II. 2) por lo que la obra de Ferreira se acerca, en este último aspecto más a un tratado de ornitología que a un libro de cetrería, pues lo que hace en esta sexta parte es dar cuenta detallada de la naturaleza y hábitos alimenticios con alguna que otra nota sobre métodos para cazar algunas de ellas, y algunos retazos de la cultura libresca, como lo referente a Ovidio y las grullas:

Ovidio que en la invención de las fábulas haze ventaxa a todos los poetas cuentas d’estas grullas una famossa, por ser de aves de caça de nuestros halcones la escribo, y es bien sepa el caçador algunas d’ellas para entretenimiento de la caça en quanto no se haze volatería. Diçe él que Pigmea era reina y tubo competencia con Juno, muger de Júpiter, el qual estomagado d’ella la convirtió en grulla y que en pena de su atrevimiento no le obedeciesen jamás los pigmeos, sus vassallos1.

La tercera parte, y sobre todo la cuarta, deben gran cantidad de su material al Libro de la caza de las aves de Pero López de Ayala, a quien cita varias veces (I. 4, 6, 12; II. 1, 2, 3, 5; IV. 4; VI. 3). Ferreira atribuye algunas anécdotas a un rey don Fernando, pero el correcto es don Pedro I el Cruel:2

López dize que vido un halcón mallorquín a quien llamavan Doncella, excelente garcero y vello altanero, mejor que quantos tenía el rey don Fernando, el qual en aquel tiempo tenía trescientos halcones, cien garceros y los demás altaneros, y entre éstos avía un baharí que derrivava la grulla, y la cigüeña prieta, y la pata brava, y el cisne y los tenía hasta que llegava el caçador. Los tagarotes hazen los mismo. Pedro López dize de un tagarote que llamavan Botafuego, también del rey don Fernando, y no muy grande y sin ayuda de otro matava la grulla y la tenía hasta que era socorrido del caçador3.

Cabe destacar la inclusión de una «Adbertencia de los bocablos d’esta arte y de la significación d’ellos» (fols. 1-5) en la que ofrece el primer vocabulario de la cetrería hispánica, y del que podemos disfrutar y disponer tanto en portugués como en castellano:

– Canellas das pernas que em nós tem este nome, nas aves se chaman sancos, e os pés maos, e os dedos do meio chamàmos cingideiras, e os dedos que sao sós por sí, alcanços. – Canillas de las piernas, que en nosotros tienen este nonbre, en las aves se llaman çancos, y los pies manos, y los dedos de en medio llaman ciñideras, y los dedos qu’están solos por sí al çanco o pressa.
– As correias que trazem postas nos sancos chaman piós, e as em que tem os cascaveis, malhos. As com que atam o falcao na vara chaman avessadas. A correia que vae do tornel ás lagrimas ou contas se diz salto ou cós. – A las correas que traen puestas en los çancos llaman piuelas, y a las que tienen en los cascabeles mallos; a las con que atan el halcón en la vara llaman lonjas; la correa que va del tornillo a las lágrimas o cuentas se dice saltillo o corpiño.
– Ao pau em que costuman pôr e atar o falcao alcandora. –Al palo en que acostunbran poner y atar al halcón alcándara
– O que traz na cabeça, caparaçao, o qual se lhe poe para estar quieto no logar onde o caçador o pozer. – El que trae en la cabeça capirote el qual se le pone para que esté quieto en el lugar donde el caçador lo pusiere.
– Guarnecer chaman os caçadores quando tem as suas aves de todas estas cousas compridamente concertadas4. – Guarnecer llaman los caçadores quando tienen sus aves concertadas y proveidas de todas estas cossas cumplidamente5.

Un antecedente de este vocabulario se encuentra en el Libro de acetrería y montería de Juan Vallés, que dedicó el último capítulo del libro sexto a la "Declaración de algunos nombres y vocablos de las medicinas que en todo este tratado van aplicadas para las dolencias de las aves y de los perros" (VI. 37).

Siguiendo la tónica iniciada en el siglo anterior, la anécdota se torna sumamente familiar. En Ferreira siguen apareciendo numerosos nobles y personajes de las clases altas (los reyes don Sebastián, Felipe II, Felipe III, los marqueses de Ferreira, de Barcarrota, el Prior de Crato, etc.), pues él es cazador de un noble, y no sólo se limita a narrar pequeñas anécdotas y hechos curiosos como el de unos azores de Brasil que en 1608 enviaron al Marqués de Castil Rodrigo (II. 12) o el uso de los esmerejones por parte de las damas en galerías:

En esta çiudad de Lisboa tuve mucha amistad con el doctor Villafaña, a quien el rey don Felipe segundo dexó en ella (luego que entró a tomar la possesión d’este reino) en confiança de su hacienda y del mismo reino. El doctor enfadado por hallarse ausente de la vista de su rey, buscando algún passatienpo honesto para aliviarse de los deseos de la corte y amigos, lo hize caçador de aves mostrándole por los esmerejones y echándole pájaros sueltos por las salas en que él avitava (que era en los altos de Santa Catalina, que llaman de la Penada) puestas en las ventanas vedrieras, quedando las salas claras, de manera que no se podían salir por ellas los pájaros, soltávalos y los esmerejones los perseguían de tal modo que les era necessario entrarse por debajo de los pies de la gente. Tanto se entretubo en este passatienpo, que muchas veces me dio las gracias diciendo que no viera nunca ni oyera decir que ubiesse entretenimiento para los grandes tan lejos de peccado como era aquel, y agradóle tanto la caça que enbió a Alemania por açores y halcones. D’esta caça pueden usar princessas en su galerías con los esmerejones, que son apacibles y no tienen uñas con que puedan ofender las manos6.

sino que también reproduce conversaciones mantenidas entre los personajes de las mismas, como la acontecida entre el rey don Sebastián y Alonso Borges, criado suyo:

Alonso de Borges, criado del rey, tubo un gavilán que assió de una garza braba y la trajo a tierra, y andubo bolteando con ella a vista de muchas personas. Contando el casso al rey don Sebastián (cuyo criado era el caçador) lo mandó llamar, y le dixo: No me espanto yo, Alonso Borges, de que el gavilán apegasse en la garza, sino de vos que lo largastis a ella.

Respondió el caçador: Vuestra Alteça sepa que mi gavilán mata las ánades reales, y salí de cassa con intento de matar con él un pato de agua, y no hallándolo vi la garza, y conociendo el ánimo de mio gavilán, me atreví a ir a ella, y largallo, y si yo no fuera tan pessado y viejo, que lo socoriera depriessa, la tragera porque el gavilán la detubo buen espacio7.

Pero también desfilan entre sus páginas toda su familia, así menciona a su padre (I. 11; II. 3, 15, 16; III. advertencia 2ª y 8ª), a su madre (II. 15) y a un hermano (II. 3), incluso llega al punto de introducir un pequeño diálogo mantenido entre sus padres:

Este açor galgo vendió mi padre al Marqués de Barcarrota por mucho dinero, y aviendo dado su palabra de venderlos se entristeció tanto que mi madre se lo conoció en el rostro, y diciéndole: Señor decidme la caussa de vuestra tristeça, que es tanta que se deja ver.

Respondió el buen biejo: Hízome la fortuna tan pobre que vendo mi gusto por dinero.

Ella que lo amava le dixo: No vendáis vuestro gusto que aún pan tienen vuestros hijos que comer.

Respondióle: Quien tiene hijos y no es muy rico no á de tener gusto que cueste tanto.

Tenía él esta arte de caça como por oficio, y decía que dos cossas avían de tener los honbres demás de ser verdaderos: ser caçadores y amigos de cavallos8.

El manuscrito 4241 de la Biblioteca Nacional de España, en el que se conserva la traducción castellana realizada por Juan Baptista de Morales, concluida en 1625, tiene una serie de dibujos hechos con tinta y acuarela para ilustrar los varios tipos de armadijos. También presenta los mismos dibujos el ejemplar del impreso del Arte da caça de altaneria propiedad de la Hispanic Society of America. El que el impreso neoyorquino y el manuscrito madrileño posean idénticas ilustraciones hace pensar que la traducción castellana se debió de hacer, con toda probabilidad, a partir de dicho ejemplar impreso.

El mayor defecto que se le puede señalar a la traducción castellana, como a casi todas las traducciones del siglo XVII, es el casi absoluto desconocimiento que los traductores tienen del vocabulario técnico. Así, términos típicamente venatorios, tanto en portugués como en castellano, como querencia se traduce como cariño, o do caè parão (= do caparão 'del capirote') lo traduce como donde caen paran. También equivoca los fármacos, de modo que el paparraz (Delphinium staphisagria), el favarraz o hierba piojera de los cetreros castellanos, lo confunde con papavera y lo traduce como adormidera, a pesar de que Ferreira dedica casi todo un capítulo a esta hierba (VI. 19)9.

Redactado por José Manuel FRADEJAS RUEDA


1 Todas las citas de este texto se hacen según la versión española conservada en el ms. 4241 de la Biblioteca Nacional de España y editada por Beatriz Tourón Torrado, La versión castellana del "Arte da Caça da Altaneria" de Diogo Fernandes Ferreira (1616): transcripción y aproximación a los procedimientos de traducción. Valladolid: Universidad, tesis doctoral inédita, 2005. Libro VI, cap. 3, fol. 176.

2 La única obra de cetrería española que menciona un rey Fernando es el Libro de la caza de Juan Manuel, en la que se citan dos reyes con dicho nombre: Fernando III (Prólogo y 8) y Fernando IV (8).

3 La versión…, III. 2, fol. 71r.

4 Diogo Fernandes Ferreira, Arte da caça de altaneria, Lisboa: Escriptorio, 1899 (Bibliotheca de Classicos Portuguezes, 9), I, 19.

5 Tourón Torrado, La versión…, fol. 2v.

6 Tourón Torrado, La versión…, I. 12, fols. 23r-24r.

7 Tourón Torrado, La versión…, I. 7, fols. 16v-17r.

8 Tourón Torrado, La versión…, II. 15, fols. 48v-49r.

9 Como nota curiosa se puede señalar que en el Libro de la caza de Juan Manuel hay tres lugares en los que aparece la palabra crençia y creençia, la cual estimo que es una mala lectura, por parte del copista, del término venatorio querencia. Lo mismo ocurre en el Libro de la caza de las aves de Pero López de Ayala; sin embargo, lo más curioso es que quienes han copiado a Ayala han usado siempre el término querencia y no creencia que aparece en algunos de sus manuscritos (José Manuel Fradejas Rueda, "Crencia / creençia o querencia en el Libro de la caza", en Lengua y discurso. Estudios dedicados al prof. Vidal Lamíquiz, Madrid: UNED-Arco Libros, 2000, p. 275-79).

Creación / última revisión: 11.06.2012