Textos clásicos


Fadrique de Zúñiga y Sotomayor

Libro de cetrería de caza de azor

Introducción

Unos doce años después de la concesión del privilegio real a Juan Vallés para la publicación de su Libro de acetrería y montería, aparece el primer impreso español de caza en sentido estricto, pues pocos años antes se habían publicado las obras de Fernando Basurto1 y la de Pedro Núñez de Avendaño2. El primero es un diálogo entre un pescador y un cazador (de perdices con azor) en el que se trata de mostrar que la caza es peligrosa para el alma y para el cuerpo, pero no así la pesca. El segundo es un compendio de preceptos legales sobre la caza y los cazadores en el que intenta mostrar quándo, sin ofensa de Dios y el próximo, se pueda esto hazer (fol. X4). El mismo Núñez de Avendaño reconoce que

si la materia de que yo escrivo tratara de dónde son los buenos girifaltes, o neblís, o halcones y cómo se han de cevar, y cómo se ha de lançar el halcón a la caça, o cómo ha de salir de la muda (fol. X3v-4)

entonces se trataría de un libro de caza. Por eso, el primer libro sobre la materia es el Libro de cetrería de caza de azor de Fadrique de Zúñiga y Sotomayor, publicado en Salamanca por Juan de Cánova en 1565. Bibliográficamente es una obra interesante puesto que se han conservado el manuscrito sobre el que los tipógrafos compusieron el impreso (manuscrito 19196 de la Biblioteca Nacional de España) el cual presenta numerosas adiciones, todas ellas incorporadas al texto definitivo. Además de este manuscrito, hay un ejemplar del impreso que hasta el último cuarto del siglo XIX estuvo catalogado como manuscrito en la Biblioteca Nacional de España3 en el que, según parece, Fadrique de Zúñiga corrigió de su mano gazapos no incluidos en la fe de erratas, y añadió una serie de aclaraciones así como siete hojas con ampliaciones y explicaciones posteriores4. Dice que:

Aunque de los libros antiguos de cetrería, y d’este mío se pueden aprender muchas más cosas de las dichas, me pareció (pues la puerta quedava abierta) que devía añedir algunas cosillas (que aunque no sean de mucha importancia) será necessario avisar d’ellas a los noveles caçadores (fol. 1).

Es una obra dedicada a un sólo tipo de aves: el azor, el cual, desde la época alfonsí, no gustó, por lo que dice Juan Manuel, a los cetreros castellanos, aunque sí a los portugueses:

des que fuere acabado lo de la caça de los falcones, ponerse á en este libro lo de la caça de los açores que don Johan sabe, et lo que oyó dezir et usar del infante don Johan et a don Gonzalo Méndez de Abielos et a otros cavalleros de Portogal que saben mucho de caça de açores5.

cosa que confirma el mismo Zúñiga:

Pienso que deve ser causa d’estar Burguillos cerca de Portugal y ser los portugueses muy caçadores d’estas aves (I.18).

Juan Manuel no apreciaba en nada la caza con azores; López de Ayala sólo le dedicó un capítulo (41); y Juan de Sahagún, al igual que Pero López, sólo habla de ellos en un breve capítulo (I. 17). Sin embargo, no le cabe a Zúñiga la gloria de ser el reinstaurador de la caza con azores en España, al menos literariamente, ya que lo hizo Juan Vallés en su Libro de acetrería y montería, en cuya primera redacción se puede leer: añadí más, todo el gobierno y regimiento y manera y horden de cazar con los açores6.

Como la gran mayoría de los libros trata los dos temas fundamentales de la cetrería, pues ofrece las informaciones ornitológicas y cinegéticas referidas al azor en el primer libro y las veterinarias en el segundo aunque, en esto último, abarca a todas las aves de cetrería pues en esta segunda parte [...] se tratará de las enfermedades de que adolescen los halcones, açores y gavilanes y toda ave de rapiña (II. 1).

Es una obra que presenta una serie de novedades al estar dedicado, en los aspectos ornitológicos y cinegéticos a una sola ave, el azor (en menor medida también habla del gavilán, rapaz de su misma especie, de las accípitres). El primer libro, en sus primeros treinta y dos capítulos se presenta en bloques temáticos, a veces con rúbrica o capítulo introductorio. Tras ofrecer un único capítulo en el que detalla las señales y talle que el buen açor ha de tener (I. 2), a lo largo de dieciséis capítulos (I. 3-18) expone los lugares de donde proceden los mejores, con una excelente información localista que le lleva a informar que Burguillos del Cerro y Villagarcía de la Torre, cerca de Zafra y Llerena, eran importantes centros de comercio cetrero en donde los portugueses se proveían de azores (I. 18) y que otro punto de mercadeo era Valladolid, donde traen muchos a vender cevados por Nuestra Señora de Septiembre (I. 18); a continuación presenta una división de los azores por razón de la edad (niegos, rameros y zahareños). Para romper este bloque inicial con el siguiente intercala un capítulo de índole proteccionista, Del aviso y cuidado que cada señor deve tener en su tierra donde oviere mudas de açores para que no se pierdan y acaben (I. 22), el único que he visto en la literatura peninsular, pues las referencias a estos problemas siempre se han dado en los tratados legislativos. En el siguiente grupo de capítulos (I. 23-27) detalla el equipamiento del cazador (guantes) y de los azores (pihuelas, correones, caperuzas, cascabeles, lonja). Los dos últimos bloques están dedicados a las viandas (I. 29-30) y a las mudas (I. 31-32) incluido cómo se ha de construir la muda o cámara en la que ésta se lleva a cabo7. El resto del primer libro no tiene una estructura tan definida. Por otra parte, no hay un capítulo, o serie de ellos, en los que se exponga con detalle el modo de amansar y entrenar los azores, son más bien una serie de avisos para evitar o corregir errores comunes en la práctica de la cetrería con azores, pues el objetivo básico de Zúñiga y Sotomayor no es enseñar la generalidad:

porque los caçadores antiguos que escrivieron de la cetrería hablaron generalmente sobre todas las aves de rapiña [...] porque en caso que debaxo de la generalidad de los libros de cetrería (sobre que muchos escrivieron, que hablan de todas las aves de rapiña) se podría aprender y entender cómo se deven criar, regir y cevar un açor o gavilán, no todos los nuevos caçadores, que con estas aves quisieren caçar, podrían saber la manera de cómo se han de aver con ellas, aviéndolo de aprender debaxo de la generalidad y diversidad de tantas aves, mayormente que todos los que escrivieron [d]e cetrería se fundaron principalmente en hablar de los halcones, por ser aves de más arte y que más cosas hazen con ellos (I. 1).

por lo que este primer libro es más bien una colección de avisos y recomendaciones para los cazadores noveles. Así aparecen a lo largo del texto las expresiones bisoño, novel o boçal.

Incluye una serie de curiosidades, de las que las más destacables son que se habla de la cría de aves de rapiña en cautividad, pues en ocasiones los labradores que descubren los nidos de los azores para asegurarse la venta de los pollos a los señores, por ser pobres hombres [...] que biven por ello (I. 22) hurtan los huevos y los echan a las gallinas o en los nidos de los buharros para que los empollen y críen (I. 22). Otra cosa usual con estos rederos impacientes es que roben de los nidos los pollos cuando aún están en pelo malo; en estos casos Zúñiga explica cómo se deben criar (I. 33) y llega a proponer que se destruyan los pollos que pudiera haber en los nidos de los milanos, buharros e incluso cernícalos para que estas aves de rapiña criaran los azores que les pudieran traer en pelo malo. Estos detalles, muy extensos, es la primera vez que se documentan en la literatura española, pues los manuales precedentes no se han interesado por estas cosas. Siempre han dado por supuesto que el ave de rapiña que se va a entrenar ya está lo suficientemente desarrollada como para no tener que incluir notas ni detalles sobre el tema.

Este primer tratado se aparta de la generalidad de las obras cetreras precedentes. No es un manual en el que se muestran, ordenadamente, las diversas fases del entrenamiento de las aves de rapiña. Si bien sí encierra esa doctrina, la presenta un tanto desordenada, lo cual le lleva a múltiples fórmulas de referencia (como arriba se dice, así como he dicho, tengo escrito atrás, está dicho atrás, por lo que está dicho, porque atrás hemos hablado, etc.); lo fundamental es ofrecer avisos y cuidados, sobre todo a los cazadores noveles, para evitar errores en la caza. Esto hace que las anécdotas que introduce Zúñiga cumplan una función más de ilustración, de ejemplificación de la que parte una explicación, una corrección de malos hábitos que un motivo para aligerar la carga doctrinal, como sucedía en las obras medievales:

Y para que veas quán ciertos son estos daños que digo de tener el pico largo, te hago saber que aliende de avérseme encaxcavelado y muerto un açor, como tengo dicho, se le quebró, a otro mío, el pico en tanta quantidad que fue necessario darle a comer muchos días cogiéndole en la mano y metiéndole la carne por el pico hasta que poco a poco pudo comer la carne picada y blanda (I. 34)

por eso algunas de las anécdotas muestran un mundo más familiar, más de la pequeña nobleza:

¿qué razón ay que quieras que tu casa ande llena de pulgas con este ganado [= perros], y tú y tus criados no acaben de limpiarse de los pelos y suziedad que traen, y tu mujer se enoje con ellos? (I. 40)

porque de vellaco el moço de caça, por no espulgar sus perros los echa en el río por más barato (I. 39)

y aun de no tener tan buen talle como los otros estarás más seguro que no te los hurtarán (I. 40)

Y porque pocas vezes se hallan caçadores tales, convernía que el señor escogiesse de sus pajes el que fuesse más inclinado a la caça y, desde pequeño, le imponga en ella, por este tal, de causa de ser criado en su casa, servirá con más fidelidad y cui[d]ado si fuere inclinado a la caça (I. 52)

y localista. Si se exceptúan los lugares exóticos de procedencia de las aves de rapiña (Irlanda, Alemania, Noruega, Esclavonia, Esterlines), los lugares que se mencionan son villas, ciudades y lugares de su pequeño entorno, de su Extremadura (Plasencia, Zafra, Burguillos del Cerro, Llerena, Villagarcía de la Torre, Tejeda, Valverde de Leganés) y zonas colindantes o relativamente cercanas (Candeleda, Sevilla, Valladolid, Miranda del Castañar). La nobleza que aparece, salvo en contadísimas ocasiones (yo vi en Cantalpino, a dos neblíes altaneros del Duque de Béjar, don Francisco, II. 20), lo hace como propietaria de lugares en los que se crían azores (conde de Miranda, duque de Arcos, conde de Nieva).

El Libro de cetrería de caza de azor en este sentido es un libro arduo de leer ya que la anécdota no cumple una función de distensión, sino de enseñanza, por eso se ve en la necesidad de apelar a la paciencia del lector:

avrá algunos capítulos largos en esta obrezilla, léalos todos el caçador con paciencia, porque la materia d’ellos no sufre más brevedad; otros serán breves porque en ellos me remito a los de atrás o adelante, do el caçador podrá ver lo que en estos faltare. Convino hazer esto assí porque de otra manera cresciera este libro en tanto volumen que diera fastidio a los lectores (I. 1).

El segundo tratado presenta otra novedad, pues en algunas ocasiones sus capítulos se pueden dividir en dos partes. En una primera da los remedios de los libros antiguos que hablan de cetrería y en la segunda se dirá lo que más a mí me paresce y he hecho y visto que ha aprovechado para remedio d’ella (II. 2). En gran medida escribe esta segunda parte a pesar de las existencia de muchos tratados

porque de aver pasado por muchas manos, trasladándolos personas que no se les entiende de caça, corrompen el buen estilo de quien las ordenó, de donde viene hazer dudosos los remedios (II. 1).

Como Vallés, critica a los autores anteriores:

Y, aunque en los tractados de cetrería para purgar los halcones en semejante disposición luego los caçadores echan mano de los granos del tártago para darlos a sus aves con que se purguen, yo no soy d’este parescer, porque con estos purgan tan fuertemente que descomponen mucho los halcones y toda ave de rapiña, y demás d’esto son demasiado calientes y secos que son dos cosas de que todo buen caçador ha de huir en las purgas que diere a sus aves (II. 6).

que se refiere al capítulo 12 de Pero López de Ayala y al II. 26 de Juan de Sahagún, pasajes que ya criticó Vallés:

Pero López de Ayala, en el capítulo diziséis, De la purga común, ordena que quando el halcón no tiene buena hambre que lo purguen con el tártago, y que dende a dos días le den la zaragatona y tanbién lardones de tocino. Dos errores grandíssimos: el uno dar el tártago en tan delicado cuerpo como es el de la ave, siendo el tártago tan venenoso y abhominable y que con tanta fuerça purga que haze lançar la sangre del cuerpo, como muchas vezes se ha visto por experiencia en algunos rústicos que lo han tomado darles tan rezias cámaras de sangre que hasta que murieron jamás les cessaron y, finalmente, es medecina tan rigurosa que a un buey pondría en travajo, quanto más a una ave que es de tan delicado subjecto [...] como allí manda Pero López, y como tanbién lo manda Joan de Safagún, cometen no menos yerro que en el dar el tártago (Prólogo).

Como todos ellos añade nuevas fórmulas:

Y, aunque los que hablan de cetrería cerca d’esta enfermedad dizen bien acertadamente lo que conviene para la cura de los güérmeçes, aunque no por esta orden, a mí paresció devía añadir aquí algunos remedios con que esta enfermedad mejor y más presto se puede curar (II. 7).

Al contrario que sus predecesores silencia el nombre de los halconeros y autores que ha seguido excepto en una ocasión, en la que dice como podrás ver en un libro que compuso sobre esto Pedro López de Ayala (II. 3).

En esta segunda parte Zúñiga es mucho más ordenado en su exposición, y las fórmulas de referencia ambiguas del primer libro se tornan precisas y ofrece el número del capítulo en el que se encontrará a lo que se refiere:

Y si por ventura el golpe que se oviere dado el falcón fuere más que en el cuero, de manera que entre algo en la carne y haga llaga, curarlo has como abaxo diré en el capítulo XXVI do se tratará esta materia, y en el capítulo XXVII más largamente (II. 24)

Y después de cosida y junta la herida, tenga el caçador una clara de huevo batida con pólvora colorada, y de la suelda dicha en los capítulos antes d’éste, que son XXIIII y XXV (II. 27),

e incluso crea un único capítulo para explicar la fórmula de la pólvora colorada:

porque en estos capítulos passados muchas vezes se ha hecho mención de la pólvora colorada con que se encarna y cierran las heridas, es cosa conveniente ponerla aquí por recepta para quando se habla d’ella busquen en este capítulo (II. 28),

también es consciente de la unidad temática que existe entre unos capítulos y otros, por lo que declara

Avíase de juntar lo que diré en este capítulo con lo qu’está dicho en los capítulos passados, diez y ocho y diez y nueve, porque en éstos se ha tratado de las dislocaciones y quebraduras de los miembros de los halcones, y en éste se dirá de una particular dislocación y apartamiento que acaesce a las aves de rapiña en el pico (II. 29).

Quizá sea más metódico en esta segunda parte porque es para la que ha tenido fuentes, aunque las silencie, y diga que la ineptitud de los copistas haya convertido los antiguos tratados en poco menos que inútiles:

Y en caso que las curas y medicinas que deven usar con todo género de aves de rapiña se pueden bien saber de los libros antiguos que hablan de cetrería, quise (por dar a entender que hago algo) poner aquí algunas cosas que acerca de las dolencias de las aves se debe hazer. Algunas, o las más, son las mesmas que los caçadores suelen usar y están escriptas en comunes tratados de cetrería, pero porque de aver pasado por muchas manos, trasladándolos personas que no se les entiende de caça corrompen el buen estilo de quien las ordenó, de donde viene hazer dudosos los remedios (II. 1).

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1 Fernando Basurto, Diálogo del cazador y el pescador, Zaragoza: Jorge Coci, 1539, hay una reedición facsimilar («Fernando Basurto Dialogue between a Hunter and a Fisher Dialogo que agora se hazia … Zaragoza: George Coci, 1539», en Richard C. Hoffmann, Fishers’ Craft and Lettered Art: Tracts on Fishing from the End of the Middle Ages. Toronto: University of Toronto Press, 1997, págs. 191-319) y una edición erudita Diálogo del cazador y del pescador, ed. de Alberto del Río Nogueras. Huesca: Instituto de Estudios Altoaragoneses, 1990.

2 Pedro Núñez de Avendaño, Aviso de cazadores y de caza, Alcalá de Henares: Joan Brocar, 1543. Hay varias ediciones posteriores (1593 y 1619) así como una reproducción facsimilar Aviso de cazadores y de caza. Reimpresión facsímile de la primera edición (Alcalá, 1543). Prólogo de Ramón Serrano Suñer. Valencia: Sociedad de Bibliófilos Venatorios, 1958.

3 Olim Aa-179 (hoy en la sección de Raros: R-3188); José Gutiérrez de la Vega, «Bibliografía venatoria española», en Libro de la montería del rey D. Alfonso XI, Madrid: M. Tello, 1877 (Biblioteca Venatoria Española, 1), I: ccxviii-ccxix, nº 213).

4 Estas hojas, así como los refranes venatorios que se localizan en la parte anterior del libro, fueron publicadas por Francisco de Uhagón, Libros de cetrería del canciller López de Ayala, de Juan de Sant-Fahagún y de don Fadrique de Zúñiga y Sotomayor, Madrid: Ricardo Fe, 1889 (reimpr.: Madrid: Blázquez, 1984 (Libros Raros de Caza, 13)), p. 23-28.

5 Juan Manuel, Libro de la caza, cap. 2.

6 Viena, Österreichische Nationalbibliothek, ms. 6361, fol. 3.

7 Vallés (I. 23 y II. 24) también ofrece una serie de instrucciones sobre la construcción de las mudas y las tablas para dar de comer a los pájaros, incluso con diagramas (I. 24).

Creación / última revisión: 06.06.2012