Textos clásicos
Juan Vallés
Libro de acetrería y montería
AL SERENÍSSIMO Y MUY ALTO Y MUY PODEROSO SEÑOR DON CARLOS, PRÍNCIPE DE LAS ESPAÑAS Y DE LAS SICILIAS Y DE FLANDES Y BRAVANTE Y DE TODAS LAS INDIAS DEL MAR OCÉANO, ETC. NUESTRO SEÑOR
SI los hombres, Sereníssimo Señor, considerasen los muchos y muy grandes provechos que se sacan de la escritura, y quán necessaria haya sido y sea para la vida de los mortales, conoçerían mejor de lo que conoçen el grande cargo y obligaçión que tienen a los auctores della, y agradeçeríanles muy mejor de lo que agradeçen el travajo que en ella passaron. Haze la escritura a los hombres entre otros muchos beneficios éste que es grande: que lo que por la brevedad de la vida y por la distançia de tierras no podemos alcançar a ver por experiençia, todo nos lo represienta y pone delante los ojos por mucho tiempo que haya que passó, y en qualquier parte del mundo que haya sido, para que como en un espejo podamos contemplar en ella, y con los exemplos que nos da de lo que por otros ha passado, quedemos avisados y enseñados para saber ordenar y passar esta nuestra breve vida, porque los humanos coraçones muy más amigos de exemplos son que de dotrina y muy más presto se atrahen con ellos que con ella. Enseñe y escriva el filósofo quantos preçeptos y con quanta severidad quisiere, que nunca tendrán aquel viguor y fuerça que tienen los exemplos que hallamos en la historia de lo passado. Sabiendo todos los hombres que los viçios nos pierden, y las virtudes nos guarden y defiendan, quál será aquel que leyendo los feos y abhominables casos que algunos hizieron, las maldades y atroçes delictos y casos que otros cometieron, y la pena y castigo que por ello llevaron, no se erize, no se encoja y retraya, y no abhorrezca y huya de tal infamia. Y por el contrario, quién será tan remisso y tan torpe y de tan baxo ánimo y infeliçe inclinación que leyendo los claros y virtuosos hechos de los illustres varones, y la gloria y memoria perpetua que por ellos alcançaron no se encienda y se le vaya la alma por imitarlos y igualar con ellos. Por çierto, no se lee que jamás Julio César después que fue hombre llorase sino quando leyó la historia del grande Alexandro sintiendo en sí grande dolor que, siendo Alexandre de la hedad que él entonces hera, hoviesse sojuzgado tantas gentes, y que Julio César no hoviesse hecho hazaña alguna que fuesse notable y digna de memoria, y por no detenerme en cosa tan clara, quién será tan ciego que no vea, quién tan falto de juizio que no conozca que por la escritura esté alumbrado el mundo. En aquellos primeros siglos, quando el género humano no abundaba como agora abunda della, era tenido por muy sabio entre los heroicos aquel que experimentando la adversa fortuna, quiero dezir, aquel que poniendo su vida muchas vezes en grandes peligros havía visto muchas ciudades y maneras de vivir, eran los consejos de los hombres viejos siempre aprovados de los hombres moços y tenidos en mucho, creyendo que la experiençia de la larga edad los hazía más sabios y prudentes. Pues mire Vuestra Alteza si la experiençia de tan breve tiempo como es la edad de hun ombre fue y es tenida en tanto, en quánto más deve ser tenida y çelebrada la experiençia de tantos siglos y de tantas edades de hombres como la escritura en sí contiene y comprehende, quanto más que ay mucha diferencia de la una a la otra porque la una se alcança en muy breve tiempo, y para la otra es menester todo el curso de la vida de hun ombre. La huna se alcança con reposo y descanso, la otra con muchas fatigas y trabaxos; la una con mucha delectación del espíritu, la otra con mucha aflición y cuidado; la una con mucha seguredad, la otra con muchos peligros de la vida. Un hombre que por solo uso y exerçiçio de la guerra se hoviese de hazer en ella sabio, diestro y experto, havía menester emplear en ella todo el más y mejor tiempo de su vida, sufriendo muchas vezes frío, calor, hambre, sed y sueño; reçibiendo muchos rebeses y encuentros de fortuna, y passando otros docientos mil travajos y fatiguas, assí del cuerpo como del espíritu, y lo que más es, poniendo çien mil vezes la vida (callo la alma) en peligro de perdella. La sçiençia que se alcança por la escritura no es, Señor, desta manera. En un año que un hombre se dé a leer a Vegetio y otros autores que han escrito del arte y de las cosas de la guerra, y las historias y hazañas de aquellos illustres varones que la escritura celebra por famosos capitanes sabrá, estando asentado en una silla o reposado en la cama, cómo ordenaban sus exérçitos, los lugares donde los asentaban, cómo los fortificaban, cómo los proveían, cómo ordenaban las batallas, quántas vezes y cómo y de qué manera peleaban; los ardites, astuçias y vivezas de que usavan; las hablas que hazían a sus capitanes y gente para exortallos y animarlos; las formas y maneras que tenían en conquistar, y las que tenían en conservar lo conquistado; los peligros en que se vieron; los travaxos que passaron; las cosas que erraron por mal consejo y las que acertaron por el bueno; y finalmente verá otras muchas cosas con que en este poco tiempo que he dicho, vendrá a alcançar y tener tanta notiçia de las cosas de la guerra, que en muy poco tiempo que después la use y exerçite se hará tan hábil y diestro como si todos los días de su vida hoviera andado en ella. Pues dexando esto aparte, qué labrador hay en el mundo que por buen ingenio que tenga y por mucho travaxo que passe en la grangería de la agricultura, venga a saber en ella, al cabo de su vida, tantos primores y secretos de naturaleza quantos dexaron escritos Virgilio, Catón, Varrón, Columela, Plinio, Theophrasto, Constantino, Paladio, Crescentino y otros excelentes varones que escrivieron de la agricultura. Y finalmente queriendo venir a mi propósito, qué hombre havría por muy vivo ingenio que tuviesse y por mucho tiempo que usase la caça y se exercitase en ella que con sólo uso y exercicio della viniese a alcançar tantos secretos y primores quantos hallará escritos en este libro. Pues como yo fuesse muy aficionado a la caça de la acetrería dime al exercicio della, y ahunque por esto no dexava el estudio de la letras humanas a que yo desde mi niñez fui inclinado, todavía me aficioné tanto a esta caça que puse todas las fuerças de mi ingenio en poder saber y entender muy bien toda la arte della, y después de haver caçado muchos días y tractado y platicado las cosas y primores della con muchos y muy grandes caçadores, y visto muchas cosas por experiencia, procuré de haver en mi poder todos los libros que havía oído dezir que se havían escrito sobre la acetrería, assí en latín como en romançe, y húvelos y leílos muchas vezes, y como ninguno dellos satisficiesse a mi ánimo en tan noble arte y exerçiçio, porque los unos eran muy cortos y faltos de lo que conbenía, y en los otros havía muchas cosas ineptas y ahun dañosas, otros heran confusos y sin estillo en el proçeder, pareçióme cosa digna de un tan noble y virtuoso exerçiçio como es el de la caça, que hoviese libro que no solamente ablase copiosamente della, pero que estuviesse escripto y digerido por tan buena orden y estillo que los que son caçadores se deleitassen y habilitassen leyéndole, y los que passan la vida en continua ociosidad se inclinassen y afiçionassen a emplearla en el exerçiçio de la caça, porque si la verdad osáremos hablar, ¿Qué mayor mal o qué mayor pestilençia puede haver en el pueblo que la ociosidad? Raíz y origen de donde todos los vizios y males proceden, y causa de que los hombres se hagan molles y efeminados. Escrive el filósofo Xenophonte que los reyes de los persas condenaban la oçiosidad como una cosa pestífera y muy dañosa y mal sana para los cuerpos, y que por esta causa Ciro, rey dellos, no consentía que ninguno de su casa comiesse ni cenase sin que primero caçando sudasse, para efecto de lo qual tenía un bosque cerrado donde havía muchas bestias fieras de montería en donde se exerçitaban. Dión escrive que antiguamente los muy buenos prínçipes exerçitaban la montería como mejor y más saludable exerçiçio de todos, porque con ella se hazían los cuerpos más rezios y robustos, y el ánimo más esforçado, y porque exerçitándose en ella se exerçitaban en todas las cosas de la guerra, cavalgando, corriendo, osando esperar las bravas fieras y peleando con ellas, sufriendo el calor y el frío, la lluvia y la nieve, la hambre y la sed, y el velar y dormir de día y de noche en el campo en el suelo duro y al sereno, y pudiera tanbién dezir Dión allende desto con mucha razón que andando los hombres a la caça vienen a tener grande notiçia y conoçimiento de los montes, riberas y ríos, y de los puentes, y passos, y vados dellos, y saben muy bien después hollar la tierra, que no es cosa poco provechosa para la guerra. Platón, escriviendo en la mesma sentençia, alaba la caça de la montería diziendo que en el exerçiçio della se muestra a saber pelear, herir, y vençer con propias manos y con propia virtud y esfuerço. Escrive tanbién Horatio que la montería fue muy gloriosa y muy saludable a los romanos, fue muy gloriosa porque exerçitándose en ella en la paz se hazían tan robustos y rezios que después sufrían muy bien los travajos de la guerra, lo qual fue causa que alcançaron muchas vitorias, y fueles saludable porque vivían sanos y desterravan los vicios de Roma. Por cierto, Señor, yo por mejor tendría que un cavallero o otra qualquier condición de hombre que tiene de comer y á de passar la vida en holgança y ociosidad, que la empleasse en la caça que no en juegos o en estar ociosso, porque demás de todos los provechos que arriba he dicho que se siguen del exercicio de la caça hay en ella otras cosas buenas, deleitosas y provechosas. Buenas porque en la caça puede el hombre especular y contemplar, y especulando y contemplando alabar la grandeza y maravillas de Dios y el poderío que puso en el hombre sobre todos los animales de la tierra, viendo que a huna ave brava la haze tan doméstica y tan sujecta a ssí y tan presta a su llamado que de donde quiera que oye su voz, ahunque vaya detrás de alguna caça, que es su natural, la dexa y buelve luego, y tan obediente a su mandado, que a qualquiera ralea que le lança va y osa acometerla ahunque sepa morir. ¿Deleitosa? ¿Qué mayor deleite ni passatiempo hay en el mundo que los que hay en la caça? Pues ¿provechosas? ¿Qué provecho hay que se iguale con la salud? pues ¿qué cosa hay que más salud y buena disposición acarree al cuerpo del hombre que es el exerçiçio del campo? Por ende apliqué mi ánimo a escrivir este libro por la mejor orden y por el mejor estillo que la inbecilidad de mi ingenio me consintió, y para que no quedasse cosa sin escrivirse que fuesse digna dél, cotejé todos los libros que hallé que se havían escrito de la arte de la açetrería, y después de bien cotejados, mirados y visitados, tomé dellos lo que me pareçió bueno, y dexé lo que me pareció malo, y espeçialmente dexé toda la mayor parte de las medeçinas con que dezían que se havían de curar las aves, que vistas las propiedades y virtudes que dellas escrivieron Theophrasto, Dioscórides, Plinio, Gallieno, Paulo Egineta, Aetio, Oribasio, Serapión, Mesué, Aviçena y otros doctos varones, unas dellas eran ineptas y inproprias, y otras dañosas, no solamente para la complexión de una ave, que es delicada, pero ahun para la del hombre que es más robusta y rezia, y escogí y añadí otras muchas y muy buenas y aprobadas por los dichos doctores de las que yo havía hallado y visto en los libros de mediçina, los quales porque este libro llevasse fundamento de razón y philosophía natural, quise veer y leer muchas y muchas vezes, ahunque no sin mucho travajo, y del fructo que dello saqué y quanto yo alcançé en la medicina y cirugía, el libro que dexo escrito intitulado Flores de cirugía y mediçina dará testimonio. Y escogí siempre las más seguras y beneditas mediçinas y que más virtud y propiedad tenían para la dolençia que van aplicadas, y huí de las muy rezias y venenosas. Y no me acontenté con esto sino que hantes que las escriviesse en este libro hize con ellas muchas experiencias en las quales, ahunque no se pudieron hazer sin peligro de muchas vidas de aves, como tanpoco puede ser en los nuevos médicos sin peligro de muchas vidas de hombres, oso afirmar que hize muy grandes curas en aves dexadas por muertas. Añadí más, todo el govierno y orden de caçar con los açores, y enmendé y creçí el de los gavilanes, halcones y esmerejones. Añadí muchas reglas para tener siempre bien governadas y sanas qualquier especie de aves, y añadí el quarto, y quinto, y sexto libros. No dudo yo, que como el tiempo sea inventor y maestro de todas las cosas, que aldelante haya tanbién alguno que halle alguna falta en este mi libro, como yo la he hallado en los que estaban escritos desta arte. Pero aconsuélome aquel dicho del Terençio: “Que ninguno fue tan avisado ni tan proveído para la vida que la experiençia, la edad y el uso no le muestren y descubran cada día alguna cosa“. Y pues el exerçiçio destas dos caças de açetrería y montería fue siempre de tanta excelençia y tan estimada de todos los grandes prínçipes, que pareçe que para ellos solamente fue inventado y nacido. Siguiendo yo la costumbre de los escritores antiguos, consagré este libro a Vuestra Soberana Alteza como al mayor y más poderoso prínçipe y que con mayores muestras de dones del ánimo en esta hedad se ha descubierto en el mundo, porque cierto son tan grandes que sin lisonja puedo testificar que no solamente vuestros vassallos de todos vuestros reinos y señoríos, pero todas las otras gentes estrangeras han puesto los ojos de tal manera en Vuestra Alteza, y han concebido y imprimido en sí una tan grande esperança que tienen por muy cierto que no solamente havéis de poner en olvido aquella famosa historia del grande Alexandre y aquellos gloriosos hechos de los romanos, pero ahun passar a los inmortales de aquel nunca vençido Emperador y Rey don Carlos, vuestro ahuelo, y que todo lo que a la salud de su Magestad negó la invidiosa fortuna, Vuestra Alteza lo ha de acabar y cumplir. Plega a Nuestro Señor Dios dar a Vuestra Alteza muy larga vida y con muy entera salud para que no solamente pueda sustentar, pero vençer y sobrepujar esta tan grande esperança que en tan tierna hedad ha movido de sí en el mundo. Reciba, pues, Vuestra Alteza, de mí, su siervo y criado, este pequeño don y serviçio, pues la voluntad con que lo ofrezco es muy grande. De Pamplona, primero de agosto, año del nascimiento de Nuestro Señor de mil quinientos cinqüenta y seis.
De Vuestra Alteza
Siervo, Vasallo y Criado
Joan Vallés
PRÓLOGO
EN LOS LIBROS DEL ACETRERÍA EN EL QUAL SE NOTAN LOS
GRANDES ERRORES QUE HAVÍA EN ALGUNOS LIBROS QUE DELLA ESTAVAN ESCRITOS Y
LOS DE MUCHOS CAÇADORES DESTE TIEMPO
HAVIENDO tantas y tan diversas opiniones entre caçadores sobre la arte o sciencia de la acetrería, fuera menester ser dotado de una gracia especial para escrevir a sabor y contentamiento de todos, y como ésta a mí me falte, soy cierto que no faltarán caçadores que me ladren, y algunos me muerdan, y otros me conciban odio. El moço no sufre la reprensión del viejo, el discípulo la del maestro y, lo que es más, al hijo le pesa de la del padre. ¿Cómo será acepta la mía (ahunque ha más de veinte años que trato la caça) a caçadores envejecidos en ella? Grande será la alteración y murmuración que havré movido sobre mí, y grande guerra y pelea se me espera de muchos que darán clamores y se embravecerán contra mí porque osé reprehender los libros tan antiguos que tenían de acetrería y, lo que más grave es, las medecinas y orden con que han acostumbrado curar sus aves. Y si saliere con victoria de tan travada baraja, mayor hazaña havré hecho que herir con la clava al león de Nemea, ni matar con huego aquella Hidra, serpiente de la laguna de Lerna, ni derribar con saetas aquellas aves stinphálidas que ivan en las nuves del cielo, impediendo y cubriendo todos los rayos del sol, ni ahogar entre los braços a Anteo, ni hazer otras qualesquier hazañas de aquellas que Hércules hizo. Pero fácilmente saldré vencedor si, no pesándoles de oir la razón y verdad, postpuesta toda passión, con ánimo limpio leyeren este libro. Lo primero confiesso que en la orden y manera de caçar, assí con açores como con halcones, gavilanes y esmerejones, muchos caçadores havrá que lo sabrán hazer y lo entenderán muy mejor que yo lo he sabido escrevir, y esto es principalmente por dos razones: la una porque como esto consista más en prática que en theórica no se puede todo tan particularmente escrevir, ahunque se entienda, que no quede algo por dezir, porque como dize Cicerón, possible cosa es que uno entienda muy bien una cosa y aquello que entiende no lo sepa bien dezir; la otra es porque como en la manera de caçar con las aves haya diversas opiniones y formas, y unos sigan una y otros otra, yo he seguido en este libro aquella que tomé de muchos caçadores y la que mejor a mi juizio pareció, teniendo solamente fin a dar doctrina e introductiones al nuevo caçador, para que después de leídole y entendídole muy bien, en muy pocos días que tracte la caça con buenos caçadores, lo sea él tanbién. Y como quiera que los caçadores de quien yo deprendí la arte y manera del caçar fuessen muy diestros, y yo tanbién en ella haya con la experiencia alcançado muchas cosas buenas, háse de creer, y yo tanbién assí lo creo, que pueda haver en ella otros más sabios que ellos y yo.
Assimismo confiesso que mucha parte del segundo libro, que tracta de los halcones, saqué de los libros que escrivieron Joan de Safagún, caçador que fue del Rey don Joan de Castilla, y Pero López de Ayala; y no me pesa confessarlo, porque, como dize Plinio, cosa es de hombre noble y llena de una honesta vergüença confessar el bien que de algunos recebimos, y de ánimo baxo y servil e infelice inclinación es querer más ser tomado en hurto que bolver la deuda del empréstido, ahunque tanpoco quiero dexar de dezir que aquello que tomé de los dichos libros lo puse en otra orden y estillo que en ellos estava. Quanto a lo que toca a las curas de las enfermedades de las aves no hay duda ninguna que assí entre caçadores como en los dichos libros hay errores muy grandes dignos de mucha reprehensión y correctión. Y para que esto yo pueda muy a la clara mostrar será necessario traher desde muy lexos la composición del cuerpo de la ave de rapiña, para lo qual es menester que qualquier caçador sepa que Dios omnipotente, en la creación del mundo, creó de nuevo y de nada una sustancia a que los philósophos llaman materia prima, la qual como estuviesse sin forma y confusa e indeterminada, queriéndola Dios informar y hermosear, creó della quatro formas sustanciales de las quales resultan quatro cuerpos, llamados de los philósophos elementos, es a saber: huego, aire, agua y tierra, y dio a los dichos elementos quatro qualidades alterativas que son instrumentos de sus formas sustanciales; es a saber: calor, frío, humedad y sequedad para que con ellas pudiessen hazer sus operaciones, mediante las quales se hazen actión y passión entre los elementos, según que es necessario para la generación y mixtión de todos los cuerpos mixtos deste mundo. Y dio más a estos quatro elementos: qualidades motivas mediante las quales sean conservados en sus lugares naturales, y quando saliessen fuera dellos mediante aquellos buelvan a ellos, las quales son gravedad y ligereza; y porque la tierra participa más de gravedad que los otros elementos queda ella más baxa e inferior elemento, y porque la agua no tiene tanta gravedad queda sobre la tierra, y porque el aire es más ligero queda sobre la agua, y porque el fuego es ligeríssimo está sobre todos los otros elementos. Estos quatro cuerpos o quatro elementos se hallan en qualquier animal, assí racional como no racional, y ahunque no formalmente como algunos tienen, al menos virtualmente como todos confiessan, los quales son llamados de los philósophos segundos elementos o hijos de los elementos y éstos son los quatro humores, es a saber: sangre, flegma, cólera y melancolía, de los quales están compuestos los cuerpos de todos los animales rationales y no racionales, y ellos dan nutrimento al cuerpo y lo conservan en su ser. Y assí, como los quatro elementos participan de las quatro qualidades alterativas que arriba dixe, assí tanbién participan dellos estos quatro humores, porque la sangre es caliente y húmeda como el aire; la flegma es fría y húmeda como la agua; la cólera es caliente y seca como el huego, y la melancolía es fría y seca como la tierra. Y ordenó más Dios: que de los quatro elementos que diximos fuessen vivificados los cuerpos de todos los animales. Desta manera, que del fuego tomassen el calor natural, el qual les ministrasse la vida, y de la agua tomassen la sangre que les ministrasse los humores que les vivifican, y del aire tomassen el aliento que les ministrasse el respirar y resollo, y de la tierra tomassen la carne que les ministrasse los apetitos. Y tienen tanta semejança y correspondencia los quatro humores que havemos dicho a los quatro elementos, que en todos aquellos tiempos del año que reina y predomina qualquier de los quatro elementos, reina y predomina tanbién qualquier destos humores que le semeja y corresponde. Y quando estos quatro humores están en sus naturales disposiciones y en su quantidad y qualidad, el cuerpo se conserva en su salud, y quando ellos están desproporcionados en sus qualidades y quantidades, el cuerpo está enfermo. Y destos quatro humores la sangre es tenida por el mejor, porque tiene las qualidades más conformes a la vida, es a saber: calor y humedad templadamente, y assí ella da más nutrimento al cuerpo que otro ningún humor, y por esto la llaman thesoro de natura o thesoro de la vida; después de la sangre la flegma es tenida por mejor que ninguno de los otros humores, porque se puede convertir en sangre y participa de alguna similitud con la humedad radical; después de la flegma es la cólera, porque participa más del principio formal de la vida, es a saber: de calor. El peor de todos los quatro humores es la melancolía, porque es seca y terrestre y contraria a la vida. Pues como sea assí, que de los mismos quatro humores que están compuestos los cuerpos de los hombres, están tanbién los de las aves, ahunque entre ellos haya desemejança de naturas, y que quando alguno o algunos destos humores salen fuera de sus naturales disposiciones y se desproporcionan en sus quantidades y qualidades el cuerpo está luego enfermo, síguese que el mesmo curso han de correr las enfermedades de las aves y otros animales que las de los hombres, y que la medecina que tiene propriedad de templar o reprimir o purgar qualquier destos humores, o calentar o humedecer, o secar o enfriar, el mesmo efecto hará en los cuerpos de las aves y otros animales que en el de los hombres, de donde se inferirá que con unas mesmas medecinas se han de curar las enfermedades dellas que dellos, y que la mesma orden y los mismos cánones y reglas que se guardan en los unos se han de guardar en los otros, y que no quedará otra diferencia sino solamente medir las medecinas, assí en qualidad como en quantidad, según el cuerpo y subjecto del animal, dando, como dize el Mesué, por auctoridad de Alexandro, a los rezios, rezias y a los débiles, débiles; pues si esto no se guarda entre caçadores ni en los dichos libros de acetrería, ¿no están más que claros sus errores? y ¿no he tenido yo muy justa causa de reprehenderlos?
Mas por Dios immortal suplico a todos los que esto leyeren que me digan cómo puede un caçador curar bien a una ave de alguna enfermedad, o con qué ánimo puede aplicarle medecinas algunas, no sabiendo la virtud y propriedad dellas, sino que de necessidad le ha de acaecer como al ciego que se pone a labrar algún palo, que donde no ha de cortar, corta y donde ha de cortar, no corta; y por esto dize el Galleno que no se puede hazer buena composición de medecinas ni usar bien dellas sin que primero se sepan las virtudes de las medecinas simples. Y porque no parezca que he hablado licenciadamente y sin muy justa causa, examinemos aquí, no todas las medecinas, que sería grande prolixidad, sino algunas, assí de las que usan los más de los caçadores deste tiempo como de las que están escritas y ordenadas en los dichos libros.
Pero López de Ayala, en el capítulo diziseis, “De la purga común“, ordena que quando el halcón no tiene buena hambre que lo purguen con el tártago, y que dende a dos días le den la zaragatona y tanbién lardones de tocino. Dos errores grandíssimos: el uno dar el tártago en tan delicado cuerpo como es el de la ave, siendo el tártago tan venenoso y abhominable y que con tanta fuerça purga que haze lançar la sangre del cuerpo, como muchas vezes se ha visto por experiencia en algunos rústicos que lo han tomado darles tan rezias cámaras de sangre que hasta que murieron jamás les cessaron y, finalmente, es medecina tan rigurosa que a un buey pondría en travajo, quanto más a una ave que es de tan delicado subjecto. El otro es que ya que se lo han dado, en lugar de darle medicinas que le conforten el buche y la virtud digestiva, le manda dar la zaragatona y los lardones, cosa que no puede ser más desatinada. Y no solamente aquí comete este yerro, pero en el capítulo veinte y dos, “De las plumas viejas“, en donde manda que se le dé el tártago bien reforçado y con más granos que los caçadores suelen dar. Está entonces el buche flaco y debilitado y mándale dar medicinas que le acaben de derribar la virtud. En el capítulo dezisiete, “Para la ave que se desseca“, manda dar de las sueldas que se acostumbran dar quando a una ave se le rompe la pierna o ala o quando recibe golpe. ¿Puede ser mayor disparate que éste?, pues ninguna de aquellas medicinas tiene intención a esta enfermedad si no sea la zaragatona, y ahun en ésta todos los que la dan molida, como allí manda Pero López, y como tanbién lo manda Joan de Safagún, cometen no menos yerro que en el dar el tártago, porque en la zaragatona hay dos substancias: la una es la exterior, que es la cortezilla de fuera, la qual es fría y húmeda en el segundo grado y della se saca y toma la bavaza o mucilágine, que es muy buena y segura medicina para purgar la cólera y templar la sangre y para otras muchas cosas. La otra es la medullar, que es el granillo que está dentro, el qual es caliente y seco en el quarto grado y es en grande manera muy agudo, incisivo, corrosivo y ulcerativo y es veneno y mata; y muchos que se tienen por águilas entre caçadores la dan assí molida, con otros polvos, para desbuchar las aves. Y yo vi darlos a un caçador a un halcón a la tarde y en la mañana lo hallaron muerto, y abriéronle y halláronle el coraçón tan seco como un palo del grande calor del meollo y sustancia del granillo de la zaragatona. Los que la dan entera, en grano, no cometen este yerro porque no puede allí estenderse ni penetrar su veneno, yendo incluso en el granillo como es de la pimienta, que comida entera, en grano, es maravillosa para el estómago y no daña el hígado, y si molida se comiere es dañosa porque penetra a su región, sino que sea en pequeña quantidad, ahunque yo por muy mejor tengo que se dé sola la cortezilla o la bavaza que es muy singular.
Joan de Safagún, en el capítulo quarenta y quatro, “De cómo han de ser purgadas las aves“, ordena muchas purgas. Las unas con las más rezias y venenosas medicinas que hay en la medicina, como son la escamonea o diagridio, el turbith, la colloquíntida, el lapis lázuli y el hermodátil, y éstas sin corregirlas. Las otras ordenadas tan fuera de propósito y razón que no son dignas de estar escritas en ningún libro. El mesmo Joan de Safagún, en el capítulo de “Quando se daña la complexión a la ave“, le manda dar los cogombrillos amargos molidos, siendo abhominables y venenosíssimos o cosa detestable. Es la natura y complexión de las aves de rapiña tan calidíssima y seca que todos los médicos afirman que si algunos días continuasse un hombre a comer dellas le vendría fiebre, y osa el caçador darles medicinas calientes y secas en el quarto grado y, lo que más es, sin ir corregidas, que no es otra cosa sino echar leña muy seca en el fuego para amatarle.
Quando yo comencé a tratar esta caça y que, por no saber lo que oy sé, grangeava caçadores para descojerles lo que sabían y ser enseñado dellos, uno que le tenían por muy doctor en ella, me dixo, por un muy grande secreto, que para curar bien una ave de agua vedriada, que es verdaderamente catarro, tomasse reubárbaro, y reupóntico, y diagridio, y turbith, colloquíntida, hermodátiles, nuez de la India, azívar y açafrán, y lo moliesse todo y lo pusiesse en un poquito de lienço de olanda bien cosido y lo diesse cada noche a la ave en lugar de curalle, y en la mañana lo lavasse y lo guardasse para tornarlo a dar a la noche siguiente. Los que saben la qualidad destas medicinas podrán juzgar quán mala y quán rigurosa es ésta, y quán fuera de propósito para esta enfermedad, y quán mal medida y proporcionada para la complexión destas aves.
Escrive tanbién Joan de Safagún que se guarden de poner azívar en las medicinas que se aplican para las heridas de los çancos y manos donde hay nervios porque dize que es muy dañoso para ellos. No sé yo de qué auctor lo sacó siendo tan contrario de la verdad; y en la cura de la agua que viene de sequedad, manda echar el almurí por las narizes deshecho en vino, y dize que este almurí es una medicina hecha de hojas de árboles, siendo salmuera o liquor destillado de sal y pescados, como sardinas y semejantes quando están en sal.
Pero López de Ayala, quasi al fin de su libro, hablando de la carne momia dize que es carne de hombre confacionada, y que lo mejor della es la de la cabeça. El que quisiere ver como no supo lo que se dixo, lea los buenos auctores que de la carne momia han escrito. Pero ¿qué digo?: si hoviesse de dezir aquí los errores y disparates destos libros y otros, sería hazer tan grande volumen que diesse fastidio, porque no hay capítulo en ellos que no tenga necessidad de correctión, o sea en las medicinas que se aplican impropriamente o sea en la orden que se ha de tener en las curas, porque ni ellos saben en qué tiempo se han de dar las que digeren o maduran el humor que peca, ni quando las que lo purgan, ni quando las que han de confortar el mienbro doliente, deviendo y pudiéndose hazer esto tanbién en las aves ahunque no tan colmadamente como en los hombres.
Bien sé yo que no faltarán caçadores que dirán que ellos tienen por muy provado el tártago y otras medecinas que usan y se hallan bien con ellas ahunque sean venenosas; muy grande engaño reciben porque si una vez no acaeciere, otra acertarán a matar a la ave, y ahunque luego que le den la medecina no muera, como quiera que se ha visto morir dando el tártago, derríbanle la virtud y acórtanle la vida, y quando menos se caten se les morirá. Quanto más que tanbién les puedo yo replicar que las medecinas que yo en este libro escrivo fueron muy probadas y aprobadas por todos los auctores que escrivieron dellas, y no menos han sido por mí muchas y muchas vezes experimentadas, y he hecho con ellas grandes curas en más de veinte años que ha que entiendo con muy grande diligencia en hazer experiencias con ellas, assí en açores y halcones, y gavilanes y esmerejones, como en aguilochos y algorrazos y semejantes aves que tenía de industria en mi casa para sólo este efecto, acordándome de aquel famoso texto de Avicena, que entre las medecinas y cuerpos corren propriedades que por sola la experiencia se alcançan a conocer. Y pues en lo que yo escriviré hay conformidad de todos los buenos doctores, y la razón en ello milita, y la experiencia lo comprueva, y en lo que reprehendo es al contrario, y ni para escrevir lo que escreví, ni para reprehender lo que reprehendí, fui induzido de odio, ira, ambición, error ni malicia, ni me movió otra cosa más de un limpio desseo de aprovechar y servir a caçadores, suplico a ellos y a los que este libro leyeren que con venignidad lo admitan. Y si error, descuido o ignorancia alguna en él hoviere, como no dudo que la havrá, porque como dize Plinio puedo yo tanbién dezir que soy hombre, y tan ocupado en los negocios de mi cargo, que huve de componer este libro de noches y a horas hurtadas, la perdonen atribuyéndola a la condición humana que es tal que a nadi haze libre de error.
DIVISION DE LA OBRA
COMENÇEMOS ya, en el nombre de Dios todo poderoso, de quien todos los bienes proceden, a hablar de la caça de la acetrería de la qual tractará este tractado, el qual se divide en seis libros.
El primer libro tractará de los açores y gavilanes, y cómo los han de criar, amansar, cevar y bolar con ellos.
El segundo libro tractará de los halcones y de los esmerejones y halcotanes, y cómo han de ser amansados, cevados, regidos y governados, y de la manera del bolar con ellos.
El tercero libro tractará de cómo ha de ser regida qualquier ave para que esté siempre sana y graciosa, y de cómo se conocerá la dolencia a la que adoleciere, y cómo han de ser curadas todas sus enfermedades.
El quarto libro tratará de cómo se han de enxerir las plumas que se rompen y adreçar las que se maltratan, y de otras cosas que han de saber los acetreros y de las que han de andar siempre proveídos.
El quinto libro tratará de la caça de la montería.
El sexto libro tratará de todos los perros de la caça, assí de los de la acetrería como de los de la montería, y de sus dolencias y curas, y tanbién del hurón.
José Manuel Fradejas Rueda
Creación / última revisión: 07.12.2015